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Los 'psicópatas de Viña' acosaban a enamorados

Los 'psicópatas de Viña' acosaban a enamorados
07 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción Justicia

El crimen del profesor Enrique Gajardo, de 35 años, marcó el inicio de una bitácora de horror en Chile. El docente fue asesinado con un disparo en el pecho por dos desconocidos en las cercanías del Jardín Botánico de Viña del Mar.

La joven que lo acompañaba fue violada por la pareja de atacantes y logró escapar. Desde ese momento, la Ciudad Jardín, siempre asociada a la alegría, las playas y el verano, se convirtió en el escenario de terror que tendría en vilo durante dos años a un país entero.

Tres meses después, el médico Alfredo Sánchez, de 34 años, fue encontrado muerto con un tiro en el pecho. Él intimaba en su auto con su novia, una joven enfermera del hospital Gustavo Fricke, en las inmediaciones de la laguna Sausalito cuando llegaron los criminales. La mujer fue ultrajada pero, al no resistirse, sus dos agresores decidieron perdonarle la vida.

Asesinos acosaban a las parejas

La Policía se puso de inmediato en alerta ante la presencia de estos dos peligrosos sujetos que, al parecer, tenían un invariable modus operandi: acosaban a parejas de enamorados que intimaban en estacionamientos, miradores o lugares solitarios, los intimidaban con un arma y después asesinaban al hombre y violaban o mataban a su acompañante.

El 28 de febrero de 1981, la Quinta Región se vestía de fiesta. Aquella noche se realizaba uno de los espectáculos musicales más importantes del país: el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar.

No muy lejos del recinto de la Quinta Vergara (lugar físico donde se desarrollaba el mentado festival), testigos escucharon un disparo. Después del estruendo, oyeron los gritos destemplados de una mujer que decía “¡Eres carabinero... te conozco, paco! ¡Te conozco, paco!”.

Después de aquello, sonaron cinco disparos más. La Policía se presentó en el lugar y, cerca de un oscuro estacionamiento, se encontraron con los  cadáveres del empresario Fernando Lagunas, de 54 años, y su acompañante, Delia González, una prostituta.

Ambos tenían sexo cuando fueron acribillados desde el exterior del vehículo.  

El hecho de que un par de testigos asegurara que los gritos de la mujer acusaban a un supuesto funcionario de la Policía, en el ataque, desató gran polémica.

Víctimas ayudaron a retratarlos

Días más tarde, una pareja que se encontraba muy cerca del mismo lugar, aseguró haber visto a un sujeto de bigotes que los espiaba mientras estaban en su automóvil. Este huyó cuando el joven lo sorprendió. Más tarde, escucharon los seis disparos, y volvieron a ver al extraño, esta vez corriendo en dirección contraria. En base a esta declaración y a las de otros supuestos testigos, los carabineros elaboraron los primeros retratos hablados. Casi tres meses después la pareja de criminales retomaría su cruenta labor.

El 26 de mayo de 1981 mataron al taxista Luis Morales, de 33 años. Tras abandonar el cadáver en un basural y robarle su vehículo, los asesinos se desplazaron hasta el sector de Reñaca Alto. Allí interceptaron al obrero Jorge Inostroza, de 31 años, y a su acompañante. Tras poner de rodillas al hombre y ejecutarlo, los dos desconocidos violaron a la mujer.

Las indagaciones de la Policía, basadas en las declaraciones de algunos testigos, arrojaron los primeros resultados. Uno de los dos individuos, autoritario y de tez blanca, medía 1 metro y 80 centímetros, mientras que su compinche era un poco más grueso y bajo (1 metro y 70 centímetros), y siempre acataba las órdenes del primero.

El empleado bancario Óscar Noguera fue la siguiente víctima. Cuando viajaba por un camino troncal en compañía de una amiga fueron interceptados por un taxi que los obligó a detenerse. Ambos pensaron que se trataba de carabineros que realizaban una inspección de rutina.

Del vehículo bajaron dos encapuchados que violaron a la mujer y mataron al varón. El automóvil de alquiler, por cierto, pertenecía a Raúl Aedo León, quien fue hallado en la curva de la herradura del Olivar, muerto por dos tiros en la espalda.

El 1 de noviembre de 1981, los psicópatas terminaron de escribir su historia de terror.

Esa noche fueron ultimados a balazos Roxana Venegas, de 22 años, y su novio, Jaime Ventura, de 17, cuando conversaban bajo el puente Capuchinos, de Caleta Abarca.

Para ese entonces, el carabinero Juan Quijada escuchó a sus compañeros Jorge Sagredo y Carlos Topp Collins hablar sobre los asesinatos que tenían atemorizados a todos los viñamarinos: el primero de ellos hablaba como si los hubiese cometido.

Envalentonado por la rabia y la impotencia, Quijada le preguntó secamente a Sagredo: “¿Por qué mataste a los ‘cabros’ de Caleta Abarca?”, y este le respondió: “porque él me atacó y tenía que defenderme”. El policía quedó estupefacto ante la declaración de su compañero y se dispuso a desenmascararlo. Sagredo no le dio importancia y cuando Quijada se le acercaba a preguntarle por los asesinatos que sospechaba que había cometido, este se jactaba de ellos sin ningún reparo.

Condenados a muerte

El 4 de marzo de 1982, los carabineros Sagredo y Topp Collins fueron detenidos. Al ser apresados alegaron ante la justicia que habían asesinado ‘por encargo’ y que los autores intelectuales eran ‘personas con mucho poder’.

Los criminales fueron condenados a muerte en un fallo de primera instancia que la Corte Suprema confirmó en enero de 1985.

En la madrugada del 29 de enero de 1985 un grupo de 16 gendarmes que calzaba zapatillas, divididos en dos pelotones de ocho, entró a la cancha de la resguardada cárcel de Quillota. A las 05:53 descargaron sus subametralladoras UZI (cada una cargada con solo una bala) directo al pecho de los sentenciados. Luego de seis minutos estos fueron declarados muertos y posteriormente sepultados en el cementerio de Playa Ancha.

Segundos antes de la ejecución, Collins parecía desvanecerse, mientras que Sagredo permanecía erguido, mostrando el pecho henchido, de manera desafiante, y sin remordimientos. Entonces escucharon que el pelotón de fusilamiento se acercaba, a paso firme, para ubicarse frente a ellos. Cientos de periodistas estaban apostados a las afueras de la cárcel, esperando el estruendo que no tardó en llegar. Todo había terminado. Los ‘psicópatas de Viña del Mar’ habían muerto. (I)

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