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La Casita de Dios era el infierno para niños sordos

Nicola Corradi, quien llega a los tribunales en silla de ruedas, goza de prisión domiciliaria.
Nicola Corradi, quien llega a los tribunales en silla de ruedas, goza de prisión domiciliaria.
Foto: mdzol.com
16 de mayo de 2017 - 00:00 - Marcelo Izquierdo, corresponsal en Buenos Aires

En el país natal del papa Francisco estalló el horror. Al menos dos curas y una monja japonesa fueron arrestados en un nuevo escándalo de pedofilia que envuelve a la Iglesia católica.

Los curas Nicola Corradi, de 82 años, y Horacio Corbacho, de 50, están acusados de abusar durante años de niñas y niños del instituto religioso Antonio Próvolo, un internado donde viven decenas de niños sordos e hipoacúsicos de la provincia andina de Mendoza, frontera con Chile. 

La monja Kosaka Kumiko, de 60 años, fue señalada como la entregadora de las víctimas. Ella era en realidad una ‘guía’ de los alumnos que se quedaban a dormir en el albergue conocido como La Casita de Dios en la localidad mendocina de Luján de Cuyo.

Todo comenzó cuando una adolescente, de 17 años, denunció el abuso que sufrió desde los 5 en el instituto. En su testimonio detalló cómo había sido abusada por uno de los curas tras ser retirada del aula y sometida en una habitación contigua. Tras la violación, la niña fue asistida por Kumiko. ¿Y qué hizo la monja? Solo le colocó un pañal contra el sangrado que presentaba que le impedía mantenerse sentada en clase. Después de esa denuncia se fueron conociendo otros casos. Hoy son 27 los hechos investigados.

El escándalo que sacude a la provincia mendocina tiene además otros tres arrestos. Corradi, de nacionalidad italiana y que tiene acusaciones similares en su país, goza de prisión domiciliaria por su avanzada edad y frágil estado de salud. Kumiko está alojada en el penal de Aguas Avispas.

Los otros detenidos son el empleado administrativo José Luis Ojeda, también sordomudo; el monaguillo José Bordón y el jardinero del instituto, Armando Gómez, todos ellos alojados en el penal provincial Boulogne Sur Mer junto al cura Corbacho. Se cree que otras tres personas aún no identificadas participaron activamente en los vejámenes, una de ellas se sospecha que sería otro cura italiano. De ser declarados culpables, los sospechosos podrían recibir hasta 50 años de prisión.

Kumiko es el rostro más público de este horror, ya que estuvo 33 días prófuga antes de entregarse a la Policía de la ciudad de Buenos Aires.  ¿De qué se le acusa? Según las denuncias, su rol era ‘marcar’ a las víctimas. Los abusos detallan golpes y ‘toqueteos’ antes de entregar a las niñas y niños a sus abusadores.

 Algunas de las denunciantes dijeron que Kumiko les tiraba violentamente del vello púbico. “Soy inocente, no sabía de los abusos. Soy una persona buena y he dedicado mi vida a Dios”, declaró la monja tras entregarse a las autoridades. Fue a declarar esposada y con un chaleco antibalas.

La Fiscalía la acusa “por omisión del delito de abuso sexual con acceso carnal, en concurso ideal, con abuso sexual gravemente ultrajante, agravado por ser el autor encargado de la guarda, y por ser cometido contra un menor, de 18 años, aprovechando la situación de convivencia con el mismo”.

El abogado de las víctimas, Sergio Salinas, dijo que la monja era la encargada de señalarles a los abusadores cuáles eran las niñas y niños más sumisos que no darían problemas.

Las acusaciones son escalofriantes. Una de las víctimas sordomudas denunció que fue atada a una reja para que no se resistiera a la violación. Otra niña reveló episodios que involucraron zoofilia.

Paralelamente a la causa judicial, el Vaticano envió a dos sacerdotes para investigar el caso de manera eclesiástica. “Nos ha llamado la atención lo aberrante de los posibles delitos. Es un dolor tremendo para la Iglesia. Queremos llegar a la verdad y sin ocultar absolutamente nada. Y siempre teniendo en cuenta la protección que deben tener los menores, que en este caso son doblemente vulnerables (por ser menores y por sus discapacidades)”,  dijo uno de los miembros de la comisión eclesiástica, Dante Simón, vicario judicial del Arzobispado de la provincia de Córdoba.

 Desde 2002 hubo 62 curas denunciados por abusos en Argentina, pero de ellos solo tres fueron expulsados del sacerdocio, según el diario mendocino Los Andes.

Efecto dominó

Diario El País menciona el testimonio de Cintia. Está especialmente dolida porque si le hubieran hecho caso se podían haber evitado muchas víctimas. En 2008, ella vio que su hijo, internado en el Próvolo, estaba muy mal. “Dormía con la luz prendida, empezó a lastimarse, se cortaba los brazos, las piernas, me decía que no quería ir allí. Y un día me trajo un dibujo pornográfico, era una persona mayor haciéndole sexo oral a otra. Había puesto ojos como de otros que miraban. Me contó que lo habían obligado a hacer sexo oral con otro alumno”. Cintia fue a la escuela escandalizada. Pero allí le pidieron que no contara nada, le prometieron que iban a apartar al responsable. Ella denunció el caso en la Fiscalía y sacó al niño. Nadie le hizo caso.

“Ni siquiera las madres me creyeron. Les dijeron que mi hijo y yo éramos conflictivos. Se hubiera parado ahí. Pero no. Siguió hasta 2016. Eso es lo que me duele. Yo sigo creyendo en Dios, pero desde luego nunca más en la Iglesia”, se indigna Cintia.

“Trabajábamos con monstruos”

Los Próvolo eran institutos grandes, con cuidadores, limpiadores y muchos maestros. Todos se preguntan en Mendoza cómo es posible que nadie viera ni dijera nada en tantos años. Leticia Grellet fue profesora 17 años.

“Nunca tuvimos ninguna sospecha. Veíamos a diario a estas personas, eran confiables para nosotros, salvo Corradi, que era muy maltratador con el equipo docente”, asegura. “En un principio todas nos negamos a creer que esto podía suceder, teníamos una relación familiar. Hay alumnos que estuvieron allí 15 años. Los hemos visto crecer, eran parte de nuestra familia. Esos monstruos eran nuestros compañeros de trabajo, nuestros empleadores”.

Los fiscales consideran que algunos profesores sí sabían. Sobre todo porque hubo denuncias que no atendieron.

Todas las víctimas y los fiscales de la causa coinciden en una idea: la enorme responsabilidad de la Iglesia en lo que pasó en el Próvolo. Sobre todo porque sabían hace muchos años quién era Nicola Corradi. Y lejos de frenarlo, de denunciarlo a la justicia o de apartarlo de los niños, se limitaron a cambiarlo de ciudad o de país, donde simplemente cambiaba de víctimas, siempre niños sordos y pobres.

Corradi llegó a La Plata, cerca de Buenos Aires, en 1986. Venía de Verona, donde había abusado presuntamente de otros niños sordos. Una grabación con cámara oculta a uno de los curas del Próvolo de Verona hecha por unos periodistas italianos muestra el sistema: cuando había denuncias, el cura tenía que elegir: “a casa o a América”. Todos optaban por lo segundo. (I)

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