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Israel Keyes se suicidó en la celda antes de ir a juicio

Israel Keyes se suicidó en la celda antes de ir a juicio
11 de noviembre de 2016 - 00:00 - Redacción Justicia

Eran las 20:00 del 1 de febrero de 2012, la cafetería Common Grounds, en el condado de Anchorage, Alaska, cerraba la atención al público, cuando apareció un hombre encapuchado y sometió a la joven Samantha Koenig, que desde ese momento caminó por la senda de la muerte.

Anchorage, una ciudad rodeada por montañas y la más poblada de Alaska, acoge a gente de nacionalidades latinoamericanas, europeas y asiáticas.

Precisamente, el pequeño negocio está ubicado detrás de unas montañas de nieve que apenas se ven, al otro lado de una amplia carretera.

La joven Koenig fue la última de las víctimas del asesino serial estadounidense Israel Keyes, quien confesó posteriormente el crimen.

Según las autoridades policiales, Keyes metió a Koenig en su automóvil, la amordazó y maniató. La escondió en una choza afuera de su casa, prendió la música a todo volumen para que nadie la escuchara gritar y regresó a la cafetería para recoger el teléfono celular de ella y borrar cualquier evidencia.

El 2 de febrero, Keyes viola a la chica y la estrangula. La deja así, vuela a Houston y sale de paseo en barco, regresa dos semanas después. Le toma una foto al cuerpo de la chica Koenig junto con un ejemplar del diario para hacer creer que ella sigue viva. Escribe al dorso y exige $ 30.000 por la libertad de la joven, que deben ser colocados en una cuenta bancaria de ella. Por mensaje de texto le ordena a la familia ir a un parque para recoger la nota. La familia deposita el dinero, recabada de un fondo que crearon para recibir contribuciones.

El 29 de febrero, Keyes retira 500 dólares de un cajero automático en Anchorage, usando la tarjeta de débito del novio de Koenig. Al día siguiente, saca otros $ 500.
El 7 de marzo, en Willcox, Arizona, Keyes saca $ 400. Viaja a Lordsburg, Nuevo México, y saca otros $ 80. Dos días más tarde saca $ 480 en Humble, Texas, y la misma cantidad el 11 de marzo en Shepherd, Texas.

Investigación policial

Las autoridades policiales iniciaron las investigaciones sobre la desaparición de la joven Koenig, pese al pago por su liberación. El retiro de dinero delató a Keyes, su imagen estaba en las cámaras de seguridad de los cajeros automáticos; además, se percataron de la ruta trazada por sus viajes.

Esa información fue valiosa, porque llevó a la Policía a detener a Keyes cuando circulaba en un Ford Focus, color blanco, a 5.200 kilómetros de Anchorage. El arresto se efectuó en Lufkin, Texas, por exceso de velocidad.

Los agentes hallaron dentro del vehículo la evidencia: billetes enrollados y atados con una banda elástica, un trozo de tela usado como máscara y mapas con las rutas resaltadas. También encontraron la tarjeta de débito robada y el teléfono celular de Samantha Koenig.

Monique Doll, la investigadora del caso en Anchorage, y su colega, Jeff Bell, viajaron a Texas para interrogar a Keyes.

Doll le mostró a Keyes la nota que él escribió pidiendo dinero, mas no respondió. El detenido fue trasladado a la cárcel de Alaska.

Confesión de crímenes

Keyes, tras confesar que asesinó a Koenig, usó un mapa para señalar el lugar preciso, en un lago, en donde arrojó sus restos mutilados, tras lo cual se fue a pescar.

En un total de 40 horas de entrevistas durante ocho meses, Keyes se  refirió a crímenes múltiples; las autoridades creen que hubo quizás una docena.

Viajó desde Vermont hasta Alaska al acecho de sus víctimas. Confesó haber ocultado ‘paquetes asesinos’ para facilitar sus crímenes. Los fardos -pistolas, esposas y otros materiales para deshacerse de restos humanos- fueron hallados en Alaska y Nueva York.

Los fiscales Kevin Feldis y Frank Russo, acompañados por detectives del FBI y de la Policía de Anchorage, llegaron a un consenso: Israel Keyes había matado a varias personas.

Keyes admitió el asesinato de cuatro personas en el estado de Washington, otro muerto en Nueva York y la violación de una adolescente en Oregón.

Para financiar tantos viajes, dijo, robó bancos y las autoridades confirmaron tales asaltos en Nueva York y Texas, en la última localidad incendió una casa.

El detenido era ambiguo en el detalle de sus crímenes, solo en una ocasión dio el nombre completo de sus víctimas: el de un matrimonio en Vermont,  Bill y Lorraine Currier, una pareja de unos 50 años.

Antes de sentencia se mató

El 2 de diciembre de 2012, tres meses antes del juicio por el crimen de la joven Koenig, Keyes se cortó la muñeca izquierda y se ahorcó con una sábana en su celda en la cárcel de Alaska. Dejó una carta de dos páginas y muchas incógnitas.

Las autoridades ahora buscan respuestas, pero no es nada fácil: están convencidos de que Keyes, a sus 34 años, era un asesino múltiple. Muchas de sus confesiones fueron confirmadas. Pero los detalles siguen envueltos en penumbra, la estela de crímenes abarca desde Estados Unidos hasta Canadá y México, y la única persona que conocía la verdad está muerta.

Agentes del FBI a lo largo y ancho del país, junto con otros miembros de las fuerzas del orden, están tratando de resolver el misterio, creando una cronología del nefasto sendero que siguió el criminal.

Personalidad del asesino

Israel Keyes nació en 1978, en Richmond, Utah, y sus estudios los siguió en casa. Su familia se trasladó a Aladdin Road, al norte de Colville, Washington. Cuando tenía 20 años, el 9 de julio de 1998, ingresó en el Ejército en Albany, Nueva York. Tres años sirvió en la base Lewis-McChord, cerca de Tacoma, Washington. En 2007 se mudó a Anchorage junto con su novia, donde trabajó como carpintero.

Las autoridades sospechan que Keyes empezó su ola de asesinatos en 1990, tras servir en el Ejército.

Keyes parecía un tipo usual. “No solo era muy inteligente, sino que se adaptaba y tenía mucho juicio. Esos aspectos aunados lo hacían sumamente difícil de capturar”, dijo David Kanters, amigo de la novia del asesino serial.

“A él le gustaba lo que hacía”, indicó el agente del FBI Jolene Goeden. “Hablaba de cómo le entusiasmaba todo lo que hacía, de cómo le corría la adrenalina”. (I)

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