Ecuador, 01 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

“Édison es mi cuarto, es mi casa, es mi vida”

UNO
Para una madre a quien los doctores le dicen que su hijo acaba de fallecer tras recibir el impacto de una bomba lacrimógena (el golpe lesionó el 65% de su cerebro) y que luego de ingresar al cuarto de hospital se lleva la sorpresa de que su hijo continúa vivo, todo es posible.

Más aún cuando el muchacho que fue declarado en estado vegetal irreversible muestra signos de movilidad mínima, pero voluntaria, un año y medio después; y seis meses más tarde no solo mueve los dedos, sino que hace puño, aprieta, bosteza, abre un ojo y sonríe cuando ella le cuenta historias.

No se vive sin la fe, decía el escritor ruso León Tolstoi. Si el hombre vive es porque cree en algo. Y Vilma Pineda (Bolívar, 1969), cree y vive por su hijo. Aquello que para los doctores era un hecho imposible, para ella es un milagro, su única certeza.

DOS
El 15 de septiembre de 2011, Édison Cosíos Pineda estuvo en medio de una protesta estudiantil del colegio Mejía, en el centro de Quito.

“Guardo la prensa para cuando Édison despierte y mostrarle todo  lo que  pasó, toda nuestra lucha”. El joven recibió el impacto de una bomba lacrimógena por parte del teniente Hernán Salazar. Sobrevivió, pero su salud quedó en extremo riesgo. En pocas semanas Édison perdió peso, quedando con apenas 26 kilos para una estatura de 1,75 m.

Estuvo ingresado en el hospital Eugenio Espejo, pero según su madre lo sacaron de allí por una negligencia médica. Luego lo llevaron al Hospital de los Valles, allí contrajo meningitis, tuvo peritonitis y la válvula de drenaje se contaminó. Édison ha pasado por diez operaciones de cerebro. “Prácticamente lo mandaron a morir”, dijo su madre en varias ocasiones; hasta que ella y su esposo, Manuel Cosíos, tomaron una decisión: si su hijo tenía que partir, entonces lo haría en casa, junto a sus padres y hermanos.

Pero Édison no partió.

Ya han pasado dos años y, para sorpresa de muchos, su hijo sigue mostrando mejoría.

TRES
Viernes 15 de noviembre de 2013. Son las 4 de la tarde. Vilma me recibe en su departamento, ubicado en el barrio Argelia, en los altos de una loma, al sur de Quito. Me saluda amable, pero visiblemente agitada. Su rostro, un poco sudado, es prueba de que Vilma no para. Va de aquí para allá, trae almohadas, calienta comida, busca remedios.

Ni bien saluda se disculpa porque debe ayudar a la enfermera a realizarle una curación a su hijo. —No se preocupe, le digo, yo puedo limitarme a observar—. Acepta. Ingresamos al cuarto. Édison está acostado, con un gorrito blanco en su cabeza, bata de cuadros y una sonda que permite que ingrese la comida directamente al intestino.

“¡Mira, mijito, tienes visita!”, le dice Vilma a Édison mientras se prepara para cortar las gasas. “Una curación de estas demora alrededor de 15 minutos -explica- suelen hacerse antes y después de cada comida. Como las enfermeras usan guantes estériles no pueden manipular otras cosas, entonces siempre estoy para colaborar”.

Un televisor permanece encendido, como si en esta casa el silencio estuviese vetado. Édison no deja de recibir estímulos.

“Qué pena con usted, dice Vilma, hasta ahora no puedo sentarme, pero ya toca calentarle a mijo su comida. Luego seguimos conversando”.

Lo que Vilma no sabe es que en esos 15 minutos de curación, entre los mimos y frases con su hijo, ya me ha respondido más de 15 preguntas.

Son las 4 de la tarde de un viernes, pero bien podría ser domingo, lunes o miércoles, a fin de cuentas, todos los días en la vida de Vilma Pineda transcurren igual.

CUATRO
Estamos en la cocina.

“Yo misma le preparo todo, dice. Édison come 6 veces al día; la primera comida es a las 7 de la mañana y la última a las 10 de la noche, con intervalos de tres horas”.

Vilma cuenta que cuando apenas salió del hospital, Édison era solo ‘hueso y pellejo’, y que de los 26 kilos que pesaba, ahora pesa 50 y que incluso creció, ahora mide 1,85 m.

“Los doctores pensaban que yo estaba loca, hasta que una enfermera vio a mi hijo sonreír“

Lo dice con orgullo, con una sonrisa en el rostro. Luego abre la nevera y me indica las raciones que tiene separadas para cada intervalo. El contenido es el mismo: un licuado de quinua, pulpa de res, papa o zanahoria blanca, acelga o espinaca, panela molida, un poco de sal, aceite de oliva y fruta. “Esta última varía dependiendo del estado en que se encuentre mi hijo. Por ejemplo, como él tiende a estreñirse, le pongo pitahaya o ciruela pasa. Solo el desayuno cambia. Es igualmente una colada, pero lleva dos huevitos, harina de plátano, avena o soya, una cucharada de aceite de oliva y panelita”. Édison tose a lo lejos y Vilma cambia su semblante; vuelve en seguida al cuarto.

CINCO
“Mi vida tuvo un giro radical. Antes trabajaba en una fábrica de lunes a sábado, al otro extremo de la ciudad, pero al menos los fines de semana podía compartir con mi familia, aunque sea a comer un encebollado o ver una película en casa. Ahora paso permanentemente aquí para atender a Édison. Es duro, pero cuento con el apoyo incondicional de mi esposo y mis otros dos hijos. El Gobierno también nos ha ayudado con el cuidado médico necesario, a través del Ministerio de Salud Pública (incluso el presidente Rafael Correa lo ha visitado varias veces), nos adecuaron este departamento según las necesidades de Édison y tenemos 5 enfermeras que se turnan, pero no hay cuidado como el de la madre. Ellas se han preparado mucho, han estudiado, saben lo técnico, pero yo solo con verle el color del rostro o algún gesto ya sé si algo anda mal. Mi esposo trabaja todo el día y cuando llega igual me ayuda, nos turnamos con horarios de hospital. Dormimos en este cuarto, junto a Édison, en este sofá-cama, pequeño, pero igual nos acomodamos, dormimos volteados, yo abrazada a los pies de mi esposo y él a los míos. No estamos tranquilos si estamos lejos de él”.

SEIS
Vilma pide justicia. Considera que todo el cansancio físico no se compara con su lucha para que el culpable pague por lo que le hizo a su hijo. Sin embargo, el exteniente Hernán Salazar continúa libre. La última diligencia a la que asistieron fue a la audiencia de casación en la Corte Nacional. “Para nosotros fue una burla total. De la pena de 8 años y la multa de $ 50.000 (por tentativa de homicidio) le bajaron a cinco años y aumentaron la multa a $ 100.000, algo ridículo porque a la final se declaró insolvente y se cambió el delito a ‘lesiones’. Es muy injusto. A mí ni la cárcel ni el dinero me devolverán la salud de mi hijo. Ojalá a los suyos no les hagan lo mismo y no sufran de ‘lesiones’”.

SIETE
Además de la comida, Vilma le prepara las cremas que ella misma unta sobre el cuerpo de su hijo para evitar las escaras (úlceras en la piel al permanecer inmóvil) y ayuda a las enfermeras en todas las terapias. Pero sobre todo hay algo que para ella es fundamental: hablarle con normalidad. “Siempre le digo: ¡Buenos días, mi rey! Mira el sol, va a ser un lindo día. Ya se fueron todos, ahora nos quedamos solitos”.

Vilma bromea con frecuencia, intuyo que el humor es una de sus herramientas para darse valor a sí misma. Sin embargo, por momentos no puede evitar quebrarse. “Hay momentos de flaqueza, no crea que siempre tengo esta fortaleza. Lo que me sostiene es ver esto (señala una leve sonrisa que se dibuja en el rostro de Édison), todos los días, un mínimo progreso. De pronto si mi hijo no estuviera aquí, a lo mejor estuviera sumida en mi dolor. Pero ver que él lucha por su vida es mi impulso. Él se ha vuelto mi cuarto, mi casa, mi vida. Hasta cuando Dios me lo permita, yo estaré junto a él”.

OCHO
Vilma cuenta que sus compañeros de colegio siguen visitándolo. “Ya están en la universidad. Vienen y le cuentan cosas: Ni sabes, ¡el ‘Perro’ se casó! le dijeron el otro día”. Ni bien pronuncia eso, Édison sonríe de una manera admirable, y así se queda mientras termina la historia. Luego se muerde el labio. “No te muerdas, mijito, me prometiste que no lo harías. A ver, mejor dame un besito. Entonces se acerca y de pronto ocurre otro milagro, Édison estira levemente los labios y la besa. Un rayo de sol entra al cuarto. Es el momento cumbre de la tarde. Una nueva razón para que Vilma siga luchando.

Datos

Mientras estuvo en los hospitales, Édison Cosíos llegó a pesar 26 kg (1,75 m). Ahora tiene 19 años, pesa 50 kg y mide 1,85. Recuperó ‘conciencia mínima’.

La vida de Vilma Pineda cambió radicalmente a partir del accidente. Dejó su trabajo en una fábrica y ahora pasa las 24 horas del día pendiente de su hijo.

Pese a la asistencia médica otorgada permanentemente por el Gobierno, Vilma prepara la comida, mezcla cremas, lo baña y ayuda a las enfermeras en las terapias.

Vilma y su familia exigen justicia. El autor del hecho, Hernán Salazar, continúa libre.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media