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“Chulco” puede pasar del cobro amigable al desagradable
El negocio del “chulco” está ligado intrínsecamente con el sicariato y el narcotráfico. El dinero fácil activa la economía en varios sectores de ciudades como Guayaquil, pero esta forma rápida de obtener efectivo para unos, muchas veces trae consigo una cadena que parece difícil de romperse.
En el lenguaje callejero la palabra “chulco” es sinónimo de sicariato. Pero “Santiago”, quien admite ser usurero, aclara que no siempre es así. “A uno lo tienen ‘fichado’, que porque es colombiano y presta plata es sicario. En las noticias se asocia la trilogía colombiano-‘chulquero’-sicario, eso ya cansa”.
Este caleño de 25 años tiene una bolsa (capital) de $ 5.000 regada en el sur del puerto principal y por eso percibe $ 1.000 mensuales en intereses. Recuerda que su comienzo fue duro, que llegó a Ecuador hace cuatro años con $ 300, pero que su negocio ha crecido gracias a la constancia. “Al principio trabajaba en una panadería; hacía rifas, cadenas y con todo eso pude hacer un capitalcito para empezar”.
“Santiago” destaca que se lleva bien con sus clientes y que pocas veces ha tenido problemas que se le hayan escapado de las manos.
“Para prestar plata siempre hay que analizar bien a la persona. Si se la ve muy afanosa por dinero y que de buenas a primeras quiere más allá de lo que puede pagar, eso significa que no va a pagar, entonces ahí es mejor no darle, aunque por lo general yo le presto a todos”, dice.
Para cerciorarse de recobrar su dinero, los usureros visitan la casa o local de su cliente y cuidadosamente verifican qué podrían “tomar” como pago en lugar del capital invertido.
“Por lo general me reciben afuera, pero siempre hay oportunidad para meter la cabeza y ver qué hay en la casa. Algunas veces he tenido que recuperar mi dinero con televisores y computadoras. Quienes me prestan plata ya están advertidos que si no pagan, deberán darme algo”, manifiesta.
Los cobros, por lo regular, son con orden, pero “Santiago” asegura que sí ha habido ocasiones en las que se ha tenido que molestar, “eso sí, sin llegar a matar a nadie, no todos los ‘chulqueros’ nos ensuciamos las manos; es más, son pocos los casos en los que se ha tenido que cobrar una deuda de esa forma”.
Afirma que la relación con sus clientes es muy buena y que por lo general les vuelve a prestar dinero. “El trato gentil cambia cuando hay alguien que se quiere pasar de sabido y no quiere pagar. Cuando la gente no desea cumplir es caradura, se pone malcriada y más bien lo quieren amenazar a uno. Ahí es cuando no me da pena que los maten”, indica “Santiago”, quien hace de La Fragata, sur de Guayaquil, su zona de trabajo, “aunque también tengo clientes en Sauces y La Alborada”, al norte de la urbe.
Gigantón y su “libretica”
En otro sector de Guayaquil, al suroeste, el “Gigantón”, como llaman al hombre de raza negra, de casi dos metros de estatura y contextura gruesa, que lleva siempre consigo un bolso cruzado, hace de los sábados su día de visita más extensa.
Sobre una moto roja Suzuki, que le queda como si fuera un juguete motorizado, el “Gigantón” tiene entre los albañiles, “oficiales” (ayudantes) y “maestros” de los talleres mecánicos, ubicados en el cuadrante de las calles 17 hasta la 29 y desde Portete hasta Gómez Rendón, a sus principales clientes.
Pese a su gran tamaño, luce amigable. Sin mediar muchas palabras, cuando llega a uno de los talleres donde los empleados ya han comenzado a “dar vuelta” a la cerveza, el hombre solo abre su bolso, saca su libreta de apuntes, una pluma y comienza a cobrar y a tachar los cuadritos donde anota lo adeudado.
Todos le pagan, cada uno entre 4 y 10 dólares. Pero el círculo no termina allí, porque uno de ellos ya le adelanta que necesita “60 dólares para el martes, porque tengo que pagar del televisor que saqué”, a lo que otro aprovecha y también le dice que “yo ya termino con esto; para el jueves tráeme 80 ‘latas’ (dólares)”.
El tipo anota en otro lado esos pedidos. Su libreta no se separa nunca de él. “Esto es sagrado para mí. Aquí, como hacen los bancos con sus libros contables, yo llevo la contabilidad de mi negocio, compa.
Esta libretica es sagrada, es mi registro de ingresos y egresos”, le dice a uno de los mecánicos que bromea con él sobre sus anotaciones.
Las libretas que cargan los usureros son arregladas. Tienen varias tarjetas que en la parte superior llevan un logo de venta de muebles o de electrodomésticos, para despistar a los policías.
Si los uniformados encuentran a alguien con una papeleta de cobros de usura, va preso por la práctica de este tipo de negocio ilícito. Las libretas principales los “chulqueros” las tienen en sus casas, a buen recaudo.
Inicios del negocio
El mercado ecuatoriano se volvió llamativo para los colombianos cuando el dólar pasó a ser la moneda oficial en el país. El “boom” de los usureros inició en 2001, pero se volvió una problemática social recién en los últimos años.
En el país hay grandes empresarios de la usura, pero que no tienen independencia. La cadena empieza en las ciudades mexicanas de Sinaloa, luego pasa por Cali, Colombia, y termina en Guayaquil y Quito.
En el puerto principal hay sectores en los que el chulco mueve su economía, como por ejemplo La Florida, la Martha de Roldós, Bastión Popular, Sauces, La Fragata, entre otros. Por ejemplo, en La
Florida hay alrededor de 50 jefes, los que tienen regados un promedio de 20.000 dólares cada uno.
Campaña contra la usura
El Ministerio del Interior ofrece pagos de hasta $ 50.000 por el paradero de los “chulqueros”.
Otra entidad que busca erradicar la usura es el Consejo de la Judicatura. Su presidente, Gustavo Jalkh, hizo un llamado a los bancos, que sean más flexibles en sus préstamos para que las personas puedan acceder a sus créditos y así no recurran a los “chulqueros”.
En su página web, la Superintendencia de Bancos del Ecuador (www.sbs.gob.ec) tiene un aviso para que la ciudadanía no caiga en empresas fantasmas de préstamos.