La estadounidense Kristin Armstrong se colgó ayer en Río-2016 su tercera medalla de oro en la contrarreloj femenina, en una jornada marcada por las lluvias y el fuerte viento. La norteamericana, campeona en Pekín-2008 y Londres-2012, cruzó la meta en un tiempo de 44:26.42, por delante de la rusa Olga Zabelinskaya (+5.55) y la holandesa Anna van der Breggen (+11.38), que se quedaron con la plata y bronce respectivamente. La estadounidense, quien hoy cumple 43 años, se convierte en la ciclista con más oros de la historia en la misma disciplina e iguala a la holandesa Leontien Zijlaard-Van Moorsel como la mujer más condecorada en la ruta.   Además, pulveriza su récord como la medallista de oro con más edad de la historia del ciclismo. El día amaneció marcado por la lluvia. Después de las numerosas caídas en la prueba de ruta del fin de semana, las ciclistas tuvieron que lidiar con la inclemente lluvia y el viento que reinaba en Pontal.     La holandesa Ellen van Dijk, campeona del mundo en el Mundial de Florencia en 2013 y una de las favoritas, se retiró de la prueba al cuarto de hora, poniendo de manifiesto las duras condiciones a las que se enfrentaban.       Todos esperaban a Armstrong y esta no tardó en mostrarse. No en vano, la estadounidense, quien en los últimos años se retiró hasta en dos ocasiones y volvió a competir, marcó el mejor tiempo en el primer punto intermedio de la prueba, por delante de la italiana Elisa Longo Borghini, bronce el domingo pasado, y van der Breggen.    Sorprendentemente, la rusa Zabelinskaya, quien cumplió en febrero una sanción de 18 meses por dopaje, dominó el segundo, recortando todo el tiempo perdido y colocándose contra todo pronóstico en cabeza.  Bronce en ruta y también en la contrarreloj en Londres-2012, sobrevolaba de nuevo en el ambiente la sospecha del dopaje, pero la legendaria Armstrong se encargó de disipar cualquier duda al final. Van der Breggen, por su parte, sumaba su segunda medalla después de haber ganado el oro en la prueba de ruta. Con una velocidad media de 40,099 km/h, la estadounidense cruzó la línea de meta con rostro de sorpresa. Se cuadró, miró la pantalla de tiempos, su cerebro tardó en interpretarlos y, unos segundos después, al percatarse de su gesta, se tiró al suelo y se echó a llorar. No era para menos, acababa de convertirse en una leyenda viva del ciclismo olímpico, el día antes de su cumpleaños. El mejor motivo posible para comenzar a festejar 24 horas antes. (I)