'La Oficina' funcionaba como un night club clandestino

Los dormitorios de 3 por 4 metros cuadrados tienen poca iluminación y un olor similar a los que emanan los baños públicos desaseados. Una base de cemento despintada sobre la que reposa una vieja y desdeñable colchoneta de cuero funciona como cama y ocupa la mitad del espacio.

En la otra mitad hay un minúsculo muro que divide el habitáculo e impide que el agua de una ducha, un tubo que emerge de una pared, se extienda por todo el piso. Ahí mismo está el retrete color blanco, un balde y un banco en que descansan envases, algunos sin etiqueta.

Las otras seis habitaciones son casi calcadas. En cada puerta de madera hay un papel blanco con números del uno al siete. Junto al marco superior está instalado lo que en algún momento fue un timbre y un foco pequeño de luces azules, verdes, blancas o rojas. La pared no es tan alta, basta treparse en una silla para ver dentro de los cuartos.

Las estancias, unas junto a otras, rodean el área llena de mesas y sillas plásticas amarillas y blancas, que son apiladas cuando llega el momento de bailar. La música está en bajo volumen porque aún es temprano, más fuerte es el chillido del ventilador de piso que gira tambaleándose como si fuera a caerse.

‘La Oficina’, así se llama el night club, que funcionaba clandestinamente y desde la tarde recibía clientes. Los habitantes del bloque 22 de Bastión Popular saben lo que ahí sucede, pese a que afuera no hay ningún rótulo con el particular nombre, o alguna ventana para ver lo que pasa.  Los moradores no se atreven a denunciar, pese a que suelen haber problemas por el consumo de alcohol y también de drogas.

 Al escuchar que llega la Policía, dos chicas en diminutas y coloridas ropas se enredan sin saber a qué cuarto correr. Luego asoman solo parte del rostro entreabriendo la puerta. Otras dos mujeres ya están ‘laborando’ en las habitaciones con clientes ‘madrugadores’ y no salen pese a la insistencia de los agentes que golpean la madera anunciando el control y pidiendo  documentos.

En tanto, en el bar del local el administrador conversa con la comisaria de Policía, Mailyn Varas y le asegura que trabaja en el sitio hace dos semanas y se encuentra en trámite de legalización. Además que cuenta con un acta de compromiso del 21 de julio, en la que consta la lista de cambios por cumplir.

“El acuerdo les da la facilidad de reunir requisitos, pero en este caso no ha reunido ni uno, por eso estamos cerrando el lugar. Aquí hay insalubridad, las cámaras de seguridad no están funcionando, hay muchas adecuaciones por hacer, pero así no obtendrá permiso”, dijo Varas.

José Ochoa Freire, presidente de la Federación Nacional de Centros de Diversión para adultos (en las que hay más de 4.000 agremiados), informó que conocen que solo en el norte de Guayaquil existen 12 lugares clandestinos y eso los perjudica tanto económicamente como en la percepción de inseguridad cuando ocurre algún desmán. “En todas las provincias hay estos problemas. Nosotros sí tenemos los papeles en regla y somos víctimas de sanciones exageradas. Contamos con guardias de seguridad dentro y fuera de locales y con botones de auxilio para las chicas y cámaras de seguridad”.

De acuerdo con información de la Intendencia de Policía de Guayas la colaboración de la ciudadanía es de vital importancia. “Es la comunidad la que nos informa de estos lugares y la atendemos a la brevedad posible”.

El principal problema son las riñas que causan zozobra a los que habitan cerca de estos centros. “Los canales para denuncias, principalmente, son las redes sociales. Pueden escribir a través de Twitter @Inten_Guayas y la página de Facebook Intendencia General de Policía de Guayas”, según un comunicado. (I)