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Felícita vive hoy el primer año de la muerte de su hijo exigiendo justicia

Felícita vive hoy el primer año de la muerte de su hijo exigiendo justicia
13 de mayo de 2012 - 00:00

Este día de las madres no será el mismo para Felícita Vargas Indio, de 53 años. La tristeza que la embarga es evidente. Su rostro luce cansado, su mirada a veces perdida se conjuga con su hablar desanimado y muy pausado, como si cada palabra le recordara a Danny Enrique y Danny Fernando, sus hijos mellizos de 15 años que fallecieron en mayo y noviembre de 2011, respectivamente, en diferentes circunstancias.

“El año pasado los tenía aún conmigo, Enrique me dio una flor y me dijo que me quería mucho. Fernando me abrazó  fuertemente apenas había amanecido. Los dos eran muy unidos y se portaban bien”, cuenta entre sollozos la mujer, mientras contempla varias fotografías de sus hijos.

Danny Enrique y Danny Fernando Suárez Vargas estudiaron juntos en el colegio Vicente Rocafuerte hasta el décimo año de educación básica.

Para el siguiente año lectivo, en abril de 2011, la educación de Fernando se vio interrumpida cuando le diagnosticaron osteosarcoma (cáncer óseo) en la rodilla izquierda y tuvo que ser sometido a un largo tratamiento oncológico.

Enrique, por su parte, sí fue matriculado por su madre en el cuarto año del ciclo diversificado de ese emblemático plantel educativo de Guayaquil, sin imaginar que ahí ocurriría un trágico hecho que la marcaría para siempre: aún   lucha por esclarecer sus causas.

La mujer respira profundo durante unos segundos de silencio, trata de contener el llanto, pero le resulta imposible. Sus ojos se humedecen y el dolor le resulta  más intenso al relatar los instantes de conmoción que vivió hace exactamente un año, cuando hallaron el cuerpo sin vida de su hijo flotando en la piscina del colegio. El vía crucis de la familia Suárez-Vargas comenzó el 12 de mayo de 2011 (hace un año), cuando Enrique no regresó a su casa -situada en el Bloque 3 del populoso sector de Bastión Popular- después de salir de clases.

Esa situación extrañó a doña Felícita y a sus otros hijos, quienes en horas de la tarde salieron a buscarlo por diferentes partes, incluyendo el mismo colegio, del cual, denuncian, nunca recibieron información. La búsqueda se prolongó hasta pasada  la 01:00 sin resultados.

La madrugada del 13 mayo cuenta la mujer que no durmió. A las 04:00 estuvo ya de pie y solo por temor a que la asalten no salió de su vivienda  hasta que fueron las 05:00 y el día estuvo más claro. Esa hora, relata, la aprovechó para orar y pedirle a Dios que la ilumine a encontrar a su hijo. Estaba desesperada por volver al colegio y obtener una explicación sobre la desaparición de Enrique.

Al llegar y preguntar por su hijo, el conserje le comentó que en la Dirección General había unas pertenencias de un alumno que supuestamente se había fugado, por lo que insistió en ingresar y verificar si esas pertenencias eran de su vástago.

Su intuición fue certera, la mochila, el uniforme y los zapatos de su hijo estaban allí, lo curioso del caso es que  habían sido encontrados al término de las prácticas en la piscina, a las 11:15 del día anterior, por el profesor de Educación Física, Washington Ruiz.

De ahí que los familiares de Enrique critican severamente el hecho de que tanto el personal docente como administrativo del colegio no les hayan informado oportunamente sobre la desaparición del menor.

Las negativas de las autoridades para que doña Felícita busque a su hijo en la piscina, guiada por su presentimiento de que algo malo le pudo haber sucedido en ese lugar, la obligó a llamar a su hija para que contacte a un policía conocido de la familia y los ayude.

Después de tanta insistencia, las autoridades del plantel autorizaron que abran las puertas para que los familiares busquen en la pileta. Unos voluntarios ingresaron a sus turbias aguas y hallaron el cuerpo inerte del menor.

Al referirse a este tema, Wilmer Suárez, hermano mayor de los mellizos, indicó que un informe pericial elaborado por el Grupo de Operaciones Especiales (GOE) de la Policía, señala que el agua de la piscina -cuya profundidad máxima es de 2,80 metros- estaba sumamente turbia, lo que evidenciaba una falta de mantenimiento desde hace mucho tiempo.

Wilmer relató que según testimonios de varios alumnos, la muerte del joven no habría sido accidental sino, presuntamente, provocada por otros estudiantes. Esa versión es creíble para la madre, por cuanto, asegura, sus hijos sabían nadar muy bien, siempre iban a la piscina del CAMI (Centro de Atención Municipal Integral) y en Paján (Manabí), a donde solían visitar a unos parientes, acostumbraban nadar en el río.

En el expediente consta que el profesor Ruiz, al darse cuenta de que faltaba un alumno, volvió a la piscina junto con otros estudiantes para buscarlo, pero no hallaron nada. Por eso prevalece la hipótesis de que Enrique fue victimado en otro lado y lanzado a la piscina; aunque el protocolo de autopsia señala que la causa de la muerte fue asfixia por sumersión (ahogamiento).

La aflicción por la muerte de Enrique fue sentida de sobremanera por su hermano mellizo, lo que aceleró el proceso degenerativo del cáncer que lo aquejaba, dejando de existir después de, exactamente, seis meses, el 12 de noviembre de 2011.

Mientras tanto, la mujer consuela sus días con el recuerdo perenne de los momentos felices vividos junto con sus hijos menores, los “conchitos”, como solía llamarlos.

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