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“Amenazaban con cortarme la mano”

“Amenazaban con cortarme la mano”
13 de septiembre de 2012 - 00:00

Una fosforera le sirvió como vela para soplar, apagar y “celebrar”, en solitario, sus cumpleaños 38 y 39 a Orlando Sigifredo Ibarra Sarmiento, empresario ecuatoriano que estuvo más de dos años secuestrado por rebeldes de la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que exigía de rescate una millonaria suma de dinero.

En el comedor de su domicilio, ubicado al norte de Quito, sentado en una silla, se “sometió” al “interrogatorio” del periodista de este diario y recordó como fue su cautiverio, lejos de sus tres hijos, de su esposa, de su madre, de sus tres hermanos y de la familia, en general. “Decían que me iban a cortar la mano o una oreja para mandar a mi familia como prueba de supervivencia”, contó mirando al piso y recordando esos momentos.

La guerrilla que dice luchar por la reivindicación del pueblo colombiano, que tiene 2.500 hombres y mujeres alzados en armas, 15 días después de secuestrar en Ipiales (Colombia) a Orlando, exigían varios millones de dólares de rescate. El hecho está grabado en su memoria: ocurrió a las 09:45 del 2 de agosto de 2010, al salir de una reunión de trabajo de la oficina de la empresa de transporte Transcomerinter, de la cual era su gerente general.

Lo subieron a su propia camioneta, lo esposaron, le cubrieron el rostro y amenazaron con matarlo a balazos si se resistía. Tres minutos después lo bajaron del vehículo y lo trasladaron a otro, en el cual viajaron tres horas, montaña adentro del departamento de Nariño, por la parte Sierra, “donde hacía frío, mucho frío”.

El vendaje en los ojos le impidió ver a sus captores e identificarlos, menos aún por donde lo llevaron. “El día en que me secuestraron, lo primero que hice fue disgustarme y enojarme con Dios”, confesó, idea que la desechó con los días, más cuando empezó a leer la Biblia y a entender la palabra de Dios, que le dio “fortaleza, resignación y tranquilidad espiritual”.

“Tenía la esperanza de que algún día Dios me sacaría. Dos años me dije, yo mismo, feliz cumpleaños Orlando, Dios te ama. Tu familia te espera, amén”, contó, al tiempo de que se dio cuenta que fue secuestrado al día siguiente que  había cumplido 37 años.

Del 2 de agosto de 2010 al 9 de septiembre de 2012, enfermó dos veces: en marzo de 2011 y en enero de este año. “Tenía escalofrío producto de una infección, no me daba ganas de comer, me sentía mal, decaído, pero mejoré gracias a Dios y a que descansé en el “cambuche” (carpa donde se alojaban él y sus captores). Allí, lo único que permiten cargar como medicina es diclofenaco para el dolor, nada más”.

Contó que sí lo amenazaron. “Decían que me iban a cortar las manos y a mandar un dedo como prueba de supervivencia a mi familia”, lo cual “gracias a Dios” jamás se concretó. “También decían que me iban a cortar la oreja si no mandaban el dinero. No se cuánto es lo que pedían, pero alguna vez oí que querían 4 millones de dólares”, añadió. Le ordenaron que dijera, en el video, cosas que él no quería para presionar a su familia.

A veces lo tenían hasta 4 meses en un solo sitio, pero en otras lo movían de un día a otro para evitar que los militares los ubicaran. Respecto a los captores que lo vigilaban, fluctuaban de 5 a 12 personas, a quienes los cambiaban periódicamente para que no intimidaran, pese a lo cual charlaba y escuchaba noticias con algunos, porque tenían radios con frecuencias AM y FM que les permitían, en ocasiones cuando “se cruzaba la señal”, escuchar la sabatina del presidente Rafael Correa.

Aparte de la Biblia, su mayor refugio fue leer libros que le facilitaron los mismos guerrilleros. Entre ellos: “Mil joyas de sabiduría”, del autor Eliécer Sálesman; “Quiere ser feliz”, de Koo Chang; “Minutos de Sabiduría”, del autor Carlos Torres Pastorino, “y algunos más que no recuerdo los títulos o autores”.

En el caso de la Biblia, le permitió analizar la vida que llevaba antes del secuestro y arrepentirse de lo que hizo mal: “estar alejado de Dios y del prójimo”. Añoraba ver a su madre, a sus hermanos, hijos y esposa.

De lo que no sufrió fue de hambre, aunque no comía de lujo ni sus platos favoritos, entre ellos el ceviche. “Hacían de desayuno tinto o agua panela con arepas, o cuando llegaba me daban pan. El desayuno era a las 07:30, el almuerzo a las 12:00 y la cena a las 17:00. A veces, cuando llegaba mucha remesa (abastecimiento), me daban refrigerio extra a las 19:00”. Las tres comidas del día era la dieta normal de un campesino: arroz con lenteja, fréjol, atún o sardina, y sopa de fideo.

Respecto al reencuentro familiar, que fue a las 19:40 del lunes pasado, tras llegar de Bogotá a la Base Aérea de Quito, con la ayuda de las autoridades ecuatorianas, sintió una alegría “indescriptible” al ver a su madre, hijos y esposa, pero se hizo al dolor de no ver nunca más a su progenitor, desde aquel 1 de febrero de 2012, al enterarse de que el ELN lo había asesinado un día antes, por no pagar la suma que exigían.

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