Juan Arias, de 25 años de edad, es auxiliar de enfermería y coordinador de pasantes en la Clínica Proaño. Pero hace algún tiempo estuvo del otro lado, es decir, fue paciente. Quedó un año postrado debido a un accidente de tránsito en moto en Huaquillas (El Oro). Entonces -recuerda- no lo trataron bien las enfermeras que lo atendieron, pero de esa mala experiencia nació la vocación.

“Al salir decidí estudiar enfermería para cambiar ese mito negativo acerca de los enfermeros y poder hacer una excelente labor”, explica Juan. Por esa razón, la recomendación más importante que hace a pasantes de su área es ofrecer un trato justo a los pacientes.

La actividad diaria de un enfermero, público o privado, suele ser la misma. Sus trabajos consisten en proporcionar la medicación prescrita por el médico, limpiar y atender al paciente, poner sueros, administrar el manejo intravenoso e intramuscular, hacer reportes de los signos vitales, dialogar con los familiares, entre otros.

El horario laboral es rotativo y agotador. Existen tres jornadas: desde las 07:00 hasta las 15:00, de 15:00 a 23:00 y de 23:00 a 07:00. Tienen dos días libres.

En el caso de la Clínica Proaño, en el norte, existen 40 camas y 4 enfermeros (según las normativas debe haber 10 pacientes por cada enfermero), más los voluntarios, pasantes y médicos, destaca Hugo Proaño, director del nosocomio.

En cambio, en la sala Santa Elena del Hospital Luis Vernaza existen 36 camas, 9 enfermeros y 12 auxiliares y en cada turno hay una o dos internas universitarias.

El incremento de pacientes también revela la necesidad de más personal de enfermería, una labor que requiere de profesionalismo, pero también de “hacer las cosas con amor, como si fuera para uno mismo”, asegura Fanny Tubay, voluntaria de la Clínica Proaño, quien terminó sus pasantías y desea seguir laborando para adquirir experiencia, ayudar a sus pacientes y conseguir un trabajo estable. “Cuando uno se gradúa jura cuidar y curar sin importar que sea mestizo, negro o blanco”, recuerda.

Su compañera, Yadira Alcívar, jefe de guardia y auxiliar de enfermería en el mismo lugar, comparte  que un excelente enfermero debe ayudar a los demás y tener ganas.  “Hay enfermeras que son bravas, mientras que otras son risueñas, agradables al paciente”, opina.

Fanny, Yadira y Juan atienden a los pacientes, de forma carismática y servicial, para poder contrarrestar el dolor que ellos sienten.

Dichas cualidades deben ser el sello de los enfermeros y enfermeras, a pesar de tener días muy ocupados o muchos pacientes, como lo cuenta la jefa del área de la sala Santa Elena, Ruth Zárate. “Solo esta sala cuenta con 36 camas. Ahora  por los convenios con centros de educación superior (Universidad Católica de Guayaquil, Universidad Estatal, Universidad de Bolívar, Universidad de Milagro) vienen estudiantes internos que nos ayudan; sin embargo, la cantidad de pacientes que se recibe es mucha”.

A su vez, María Fernanda Carrillo, interna de la Universidad Católica, quien labora en la Sala Santa Elena, explica que la labor de su jefa es muy sacrificada. “Una enfermera gestiona muchas cosas, entre esas es una educadora para nosotras. Además, se le debe dar el apoyo necesario para laborar; en nuestro caso, sería más beneficioso trabajar en un área con menos pacientes, climatizada y que exista una división de los cubículos del paciente para mayor privacidad, esto daría un ambiente más confortable y relajado”.

Carrillo afirma que las condiciones de trabajo de las enfermeras son importantes para evitar caer en el síndrome de Burnout. Este hace que la persona llegue a un gran nivel de estrés por la suma de diversos factores que se dan en su ambiente laboral y personal: estado de ánimo, exceso de horas de trabajo y la actitud de personas cercanas. Es un problema que, según Carrillo, suelen sufrir, por el déficit de personal, los profesionales de enfermería.

Otra causa del déficit de enfermeros es que los estudiantes de estos cursos solo lo toman para su beneficio personal, por ejemplo, para atender a su familia, según Juan Arias y Yadira Alcívar, quienes además de laborar en la Clínica Proaño se preparan para obtener la licenciatura en enfermería en la Universidad de Guayaquil. “Las enfermeras en Estados Unidos fueron escogidas como las mejores empleadas en una calificación internacional que hicieron a empleados públicos y privados”, explica Proaño.

El mayor testimonio de lo que sucede en un hospital son los pacientes. Sin ellos, algún hecho o anomalía no serían reportados. A su vez, el paciente sin el cuidado de un enfermero no podría sanarse.

Uno de esos pacientes es Tomás Villón, contador de 64 años de edad, quien tuvo un accidente cuando utilizaba la Metrovía.  “El chofer se parqueó mal en la parada de la Biblioteca Municipal y frenó bruscamente, por eso me caí. Rápidamente, los guardias me levantaron, llamaron a la oficina central y me trasladaron al Hospital Luis Vernaza con la que la Metrovía tiene convenio; pero no hubo cupo y no pudieron atenderme. Fui a poner la denuncia a la CTE para que hubiera constancia”. Fue así como terminó con fractura en su pierna derecha. Pese al mal momento destaca el buen trato de los enfermeros.

DATOS

En siglos pasados los cuidados de enfermería eran ofrecidos por voluntarios con escasa formación, por lo general, mujeres de distintas órdenes religiosas.

La enfermería moderna comenzó a mediados del siglo XIX. Uno de los primeros programas oficiales de formación  comenzó en 1836 en Alemania.

La formación actual, en la mayoría de países, dura 3 años y comprende una capacitación general en medicina y períodos de práctica con pacientes, pero supervisadas.