Desde la avenida Domingo Comín hasta la calle 5 de Junio (sur de la ciudad) el aire empieza a cambiar. La brisa que viene de la ría arrastra ese olor a carne recién faenada, ese olor a sangre.

Las calles aledañas al camal están manchadas de sangre. Ahí nadie  limpia y se forman costras junto a la grasa acumulada que gotea de los asaderos ambulantes.

El camal o matadero municipal de Guayaquil es uno de los sitios tradicionales. Ahí se vende, compra y distribuye carne, vísceras, patas, lengua y demás órganos del ganado vacuno y porcino.

Pero al lugar no solo acuden los mayoristas ni distribuidores. También pululan los palanqueros, vendedores ambulantes que con un palo de madera en uno de sus hombros recorren todo el sur de la ciudad ofreciendo sus productos a las amas de casa.

Uno de ellos es Gilberto Meza, de 66 años de edad. Sus compañeros de oficio lo consideran el más antiguo palanquero, que sigue vivo.

Se inició en esta actividad hace 45 años cuando un amigo le propuso trabajar, así comenzó la historia, relata. Se sienta en un pequeño banco de madera, descansa un poco, antes de emprender su recorrido. Vive solo. A las 05:30 sale de su vivienda ubicada en la cooperativa Unión de Bananeros, en el Guasmo Sur y llega al camal a las 06:00.

Le compra a los mayoristas menudencias, entre ellas, patas de cerdo, de vaca, ubre, corazón, lenguas y huevos de toro.

Por su experiencia en el negocio, él mismo se encarga de limpiar, cortar y guindar sus productos en el palo de madera, ese que lo acompaña en todos sus recorridos. En él lleva 7 patas de vaca,  12  de cerdo, 2  lenguas, 3 corazones, 2 fundas y 2 huevos de toros.

Trabaja en 2 jornadas. En la mañana inicia en el Barrio Cuba. Cuenta que hasta hace 2 años laboraban más de 10 personas, pero ahora solo recorren 5.

En la tarde sus recorridos llegan hasta cerca de la CTE (Chile y Cuenca). Su inversión diaria es de $ 150 y la ganancia de 30. (I)