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El Telégrafo
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Antígona Oriental, un grito al derecho a la libertad y la verdad

Antígona Oriental, un grito al derecho a la libertad y la verdad
17 de septiembre de 2012 - 00:00

Todo el mundo conoce que en varios países en donde hubo una dictadura se cometieron un sinfín de atrocidades  que solo se pueden comparar con el genocidio nazi.

Cualquier cosa que se pueda reseñar sobre los presos políticos en estas dictaduras es simplemente abominable por decir menos.

Entre junio de 1973 a febrero de 1985, Uruguay atravesó por un período difícil con una dictadura liderada por el entonces presidente Juan María Bordaberry, la que dejó un saldo de 170 presos políticos desaparecidos y a un centenar de ellos muertos en cautiverio.

Más de una década después, otro grupo de presos salieron en libertad tras conseguir el perdón en un referéndum que tenía como objetivo principal la amnistía.

De ellos, 19 mujeres, marcadas por la opresión, el dolor y el tormento que vivieron entre los barrotes de las cárceles y mazmorras de Montevideo y sus alrededores, alzan su voz de protesta en contra de la impunidad y claman justicia para aminorar un poco el dolor que las consume por la pérdida de un padre, un hijo, un hermano, un esposo o un amigo.

La dramaturga uruguaya Marianella Morena juntó estas historias con una tragedia de Sófocles para dar vida, aunque se hable de la muerte, a la obra testimonial ‘Antígona Oriental’, bajo la dirección del destacado artista alemán Volker Lösch.

Antígona es el reflejo de las mujeres que luchan por sus derechos individuales oponiéndose  contra viento y marea al derecho del Estado.

Este personaje heróico reclama por todas las mujeres que han perdido a sus seres queridos por la violencia y el exceso de poder, discurso que tiene en común con el grupo de mujeres que dan sus testimonios de dolor por el exilio y los abusos que soportaron durante la dictadura uruguaya.

Antígona habla, grita y reclama por el abuso autoritario del rey Creonte sobre la sociedad de Tebas en 442 A. C. Tal como ocurrió en Uruguay en el Siglo XX, revelando que hechos como estos no tienen espacio ni tiempo.

Esta obra es un diálogo entre el testimonio cruel y despiadado como insumo principal de una interpretación teatral, que une la realidad con la ficción.

La obra inició como parte de un proyecto de intercambio cultural que buscó la escritora entre Alemania y Uruguay.
Lösch fue invitado como director, por ser uno de los gestores de una nueva forma de teatro político, que se hace a partir de los testimonios reales de los conflictos sociales.

Es así como Anahit Aharonian, América García, Ana Demarco, Ana María Bereau, Cecilia Gil Blanchen, Carmen Maruri, Carmen Vernier, Graciela San Martín, Gloria Telechea, Irma Leites, Laura García-Arroyo, Lilian Hernández, Ethel Matilde Coirolo, Mirta Rebagliatte, Myriam Deus, Nelly Acosta, Nibia López, Tatiana Taroco y Violeta Mallet, quienes sufrieron en carne propia los abusos del régimen, alzan sus voces para contarle al mundo los vejámenes a los que fueron sometidas.

En una sola voz claman porque no haya impunidad y que se juzgue a los responsables y que las nuevas generaciones no se olviden del pasado, a fin de evitar los mismos errores y que no se justifique de ninguna manera.

En esta obra se conservan los personajes de Antígona, Ismene, Creonte y Hemón, tal como los escribió Sófocles, pero todos se transformaron a otro tiempo y espacio, es decir, Uruguay.

Los testimonios sufren constantemente una transfiguración fácilmente visible, en donde el clamor de Antígona es el clamor de las exreas.

“En 1986 estábamos simplemente felices de haber sobrevivido. Hace diez años seguíamos sintiendo lo mismo, aunque acotamos en voz baja que teníamos algo para decir. Hoy queremos y debemos contar nuestras historias. Se trata del derecho a elaborar el pasado, el derecho a la memoria, el derecho a la vida en dignidad y justicia”, señala la expresa política Ana Demarco.

Mientras que sobre el escenario el dolor era el denominador común: “Estuve cinco años presas. Me levantaron a la medianoche y tuve que dejar a mi hijo de cuatro meses que durmiera. Cuando lo volví a ver no me reconocía y la palabra madre me era esquiva”, señala un relato.

Otros más atroces renegaban las veces que sus cuerpos se convirtieron en tableros de dardos, sus pechos goma de mascar y sus entrepiernas el escondite de cualquier objeto imaginable como inimaginable.

Antígona Oriental es cruda, frontal, reveladora, conmovedora y  acusadora, haciendo que el espectador se quede perplejo en su asiento e invitándolo a reflexionar sobre el antes y el después  y sobre la libertad que tienen los seres humanos para elegir y tomar sus propias decisiones y sobre todo a saber y conocer.

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