Podría decirse que compiten por el control del Estado. Sí. Porque por fin existe una entidad que pone orden a la economía, define políticas públicas y prioriza los objetivos estratégicos de un país. Pero es seguro que por ahí no va tanto alarde de bondad de un candidato y tanta nobleza de quien queda como heredera del que nunca pudo ganar una elección presidencial.
Con una nueva República, al contrario, también nacieron otras oportunidades para las élites criollas: la estructura productiva no es la misma de hace 10 años; el desarrollo educativo, de salud y de la tecnología abre otras rutas a las nuevas generaciones; y, en el contexto regional, somos una nación integrada a procesos de mejor inserción para generar algunas tareas pendientes. Si ganara uno de esos candidatos de las élites oligárquicas, el Estado que recibiría no fuera para nada parecido al que ellos administraron. Y por lo mismo también hay límites a sus ambiciones.
De ahí que dejarán una parte útil para sus intereses y negocios, e intentarán borrar todo lo que implique control, regulación o algún modo de freno a sus cálculos. Suenan a circo barato tantas ofensas, pero en la práctica también se esconden disputas ancestrales entre quienes apelan a un desarrollismo y aquellos sectores tradicionales, inscritos en una lógica corporativa. Ya veremos cómo surgen nuevos sentidos en esa puja por retomar el Estado. (O)