El concepto de publicidad es básicamente hacer público algo. Teóricamente es el estado o cualidad de público (algo manifiesto, visto o sabido por todos), como dice un tratadista. Por lo mismo, todo lo que contribuya a ser público, conocido, exteriorizado, se va a definir como publicidad. La propaganda es otra cosa y adquiere otras connotaciones. Y, por supuesto, la información difiere de la última y en algo de la primera. Las cadenas nacionales tienen un fin objetivo y claro: dar a conocer algo importante a la ciudadanía desde el Estado, interrumpiendo en la programación normal en una emisora dentro del espacio radioeléctrico, que  es propiedad estatal, en concesión a entidades privadas y comunitarias. De eso no cabe la menor duda. Lastimosamente, por mucho tiempo las cadenas fueron utilizadas como una herramienta esporádica y para hechos muy específicos, como cuando se declaraban los aumentos de los precios y las caídas de los presidentes. Así fue. Ahora, hay el malestar en los sujetos electorales, en la oposición política, en los “analistas” y en los entrevistadores de radio y televisión. La razón: el Gobierno interrumpe la programación para decir su verdad. Y esta es, casi siempre, para rebatir, rectificar y/o contrastar lo que ciertos medios dejan pasar sin ninguna verificación. En otras palabras: informa lo que no se dice en esos medios o se deja pasar como verdades. Eso no es malo en sí mismo. Si hubiese un poco más de profesionalismo, sobre todo en los entrevistadores de la mañana en los canales de televisión, se demandaría a ciertos entrevistados pruebas de sus aseveraciones y/o también dejar claro que lo afirmado puede afectar a terceros. Si las cadenas son refutadas como mentirosas y comprueban las mentiras, las instancias legales y judiciales están a la mano. Pero también hay que esperar que las cadenas se concentren en su propósito fundamental: informar objetivamente lo que hace el Estado para beneficio de la ciudadanía. Mucho más en tiempos electorales, cuando la susceptibilidad crece y la disputa política aprovecha de todo para el protagonismo que requiere ganar una elección.