Cuando ciertos políticos no tienen nada que proponer al país y sus discursos suenan como caja vacía, cuando se encierran en sus egos y hasta vanidades para convertirlos en motivo de discusión política pública, cuando imaginan que el mundo gira alrededor de sus vidas y ni siquiera de sus ideas para armar show y escándalo mediático, cuando todo eso ocurre nos devolvemos a esa realidad que las nuevas generaciones no se merecen y que mucho menos identifican como la política de estos tiempos.
Si esos políticos, de manera responsable y hasta legal, demostraran con documentos los supuestos acuerdos y pactos políticos, en vez de ir a la prensa que en su momento odiaron y hasta tildaron de mentirosa, las cosas fuesen distintas y hasta contribuirían a una convivencia democrática plena y llena de otras propuestas.
Sin embargo, hacen lo contrario. Fueron ellos los que, esgrimiendo argumentos muy débiles, colocaron a sus hijos en unas fotos que luego publicaron en un periódico. Y ahora son ellos los que, gracias al enorme parlante que coloca la prensa comercial, se han victimizado con el asunto. La pregunta lógica que debieron hacerse, por respeto a sus hijos, a quienes les deben todo el cuidado sicológico, legal y personal, es: ¿por qué exponerlos en una disputa política iniciada por el afán proselitista de quien, encontrándose fuera del país, no ha rendido cuentas a la justicia de sus actos?
Nadie, absolutamente nadie, puede usar a los niños con fines políticos. Una cosa es que la gente solicite tomarse fotos con los menores, pero otra es hacer uso de esas imágenes para protervos intereses proselitistas. Ahora, prevalidos de ese protagonismo victimizador, quieren poner “la carreta delante de los caballos” y, además, culpabilizar a quienes ellos quisieron atacar usando a sus hijos como punta de lanza.