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En medio de forcejeos, empujones, gritos y el apuro -por dejar todo para última hora-, el viernes se cerraron las inscripciones para las elecciones seccionales del 24 de marzo, en las que se elegirán más de 11.000 dignidades. Los partidos y los movimientos políticos hicieron el máximo de esfuerzo para presentar a lo mejor de sus candidatos en las primeras elecciones que estarán a cargo del nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) que el 22 de noviembre había convocado oficialmente a la inscripción de postulantes.
Si se revisa la nómina de los inscritos, ¿hay alguna diferencia en los perfiles respecto de otras campañas electorales? Muy pocas, porque tenemos muchas postulaciones a reelección o los que actualmente son prefectos optan por ser alcaldes, y viceversa. En el caso de concejales, tampoco hay muchas diferencias pero, por lo general, en las listas aparecen candidatos que son conocidos, destacados o famosos por alguna acción de enorme conocimiento público.
Se debe recordar que desde que se instauró la democracia, en 1979, tras una década de dictaduras civiles y militares, los partidos políticos recurrieron a personajes del espectáculo o de la farándula para completar sus listas. También buscaron a atletas, futbolistas, cantantes, radiodifusores o personajes de la televisión.
Ese fenómeno se vivió en Guayaquil con la elección de Antonio Hanna, que en un canal de televisión dirigía un popular programa. En Quito hubo un radiodifusor de una desaparecida radioemisora que también fue alcalde. Ser deportista, tener carisma o ser popular no tiene nada de malo, si es que se sabe administrar bien la fama.
La Constitución no excluye a nadie por sus actividades laborales o por su profesión, lo importante es que el candidato tenga vocación de servicio, que sea honrado y dedique todo su tiempo al desempeño de sus funciones. También vimos durante el proceso de inscripciones que algunos cargos son heredados de padres o de abuelos a las nuevas generaciones. Los sociólogos comparan este fenómeno con la figura del cacique. (O)