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No se oyen, no se leen ni se exhiben las propuestas culturales en la campaña
Quizá es normal. Hablar o debatir sobre cultura no da votos. Tampoco es parte de una estrategia de mercado con la que comulgan algunos candidatos. Y por lo mismo, hasta ahora es un tema ausente, casi ignorado, a pesar de que en cinco de los ocho programas presentados por los binomios presidenciales se mencione el tema.
Más allá de eso, que suena reiterado y cansino, lo de fondo es que hay dos elementos en debate que sí construyen un modo de mirar el futuro del Ecuador en el campo cultural. Uno es ese poco interés (con lo que ya sabemos a dónde llegaremos por esa vía). Dos: un supuesto desarrollismo en algunos candidatos y programas revela, una vez más, la poca calidad intelectual de los políticos tradicionales para entender que la cultura no es un adorno ni un añadido a cualquier proceso de transformación, sino parte sustancial.
Tampoco podemos eludir que la supuesta sociedad civil hace muy poco por incidir en la campaña electoral para provocar o estimular un debate de fondo en estos temas. Quizá es lógico porque también ocurre otro fenómeno: las políticas públicas (intensas y extensas) en el terreno cultural han “absorbido” el interés y han desatado una dinámica (que a veces puede oler a rutina) que no depende de un proceso electoral.
Entonces, la decantación que obviamente produce un acto electoral solo advierte esas debilidades intelectuales de candidatos que se someten a la mediatización de la política donde cuentan mucho las formas, algunas imágenes y las formalidades que imponen también los medios.
Por lo que queda de la campaña es notorio que no cambiará mucho el tono, ni de los candidatos ni de los ciudadanos. Y si hay algún debate que desatar, será entre los futuros asambleístas que tendrán que aprobar la pendiente Ley de Cultura.