La naturaleza cuando se manifiesta suele ser intempestiva y no fija destino más que para cumplir su designio sin importarle lo que tiene a su paso y la humanidad que convive con ella debe prepararse para cuando esta -sin compasión- emerja. Eso significó el terremoto ocurrido el pasado 16 de abril en la provincia de Manabí que dejó a más de un millón de personas damnificadas.

El pueblo ecuatoriano comprendió que lo más importante frente a este tipo de contingencias es rescatar vidas, salvarlas; demostrando que estaban preparados para afrontar catástrofes de esta magnitud con un espíritu solidario que se vio patente en esta situación tan crítica para el país.

Supo neutralizarlo. Supo hacer de una tragedia humanitaria una cuestión controlable gracias a un Estado presente con un alto compromiso social y político. Esto hay que destacar de un gobierno como el del presidente Rafael Correa, cuyo liderazgo se reflejó en las zonas afectadas, demostrando que el Estado tiene que salir a la calle y meterse en las entrañas del pueblo, no como simple retórica, sino como un hecho concreto e imperativo como lo estamos viendo. Ecuador se está transformando en un ejemplo de lo que la humanidad podría hacer si tiene voluntad. Algo que muchos países del ‘Primer Mundo’ carecen, a pesar de contar con los medios suficientes para llevarla adelante.

La clásica espiral de problemas como consecuencia de estos desastres no se presentó en el horizonte. El Estado avanzó sobre la situación, anticipándose a fuerza de intervención social y sanitaria con la asistencia a los sobrevivientes, la distribución de alimentos y la puesta en marcha de centros de evacuados.

Dicen que el carácter se forja en la adversidad. Y Ecuador puso a prueba esa máxima superando cualquier contradicción trivial y poniéndose al hombro esta situación. Pero además está poniendo a prueba su espíritu de solidaridad, ese tan imprescindible que hace salir lo mejor de cada uno de nosotros, de cada ciudadano, de cada patriota, de cada ser humano. El sismo lo está poniendo a prueba y el resultado no se deja sacudir por los temblores ni aplastar por los escombros.

Los cambios que vienen del seno de la propia naturaleza no se pueden controlar y estos acechan permanentemente a la humanidad, en cualquier lugar del planeta donde se encuentre. El comportamiento inestable y azaroso del clima es una amenaza constante para los pueblos y este terremoto, como muchos otros del pasado reciente, nos remonta a la Cumbre de París de hace algunos meses donde los que mandan resolvieron no resolver nada.

El mundo mira muy de cerca lo que pasa en Ecuador, pero no solo mira a Ecuador, sino que mira a toda América Latina, viendo cómo en esta coyuntura tan compleja en lo político nos encuentran juntos o divididos. Ya hubo francas señales de cooperación y solidaridad de algunos mandatarios de la región, como Evo Morales y Juan Manuel Santos. Son los desafíos que la historia nos pone en el largo y arduo camino por mantener unida la región porque, como dice el escritor argentino José Hernández en su poema ‘Martín Fierro’: “Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea”. Y esta es una lección que el pueblo ecuatoriano nos está dando a todos los que habitamos este suelo común al que llamamos Patria Grande. (O)