La vida de la lojana Marta Acaro transcurre entre equipos de termoanálisis, pipetas desechables, embudos, jeringas, gasas, algodones clínicos, algodones de costura, tafetán, brillos, lentejuelas y randas. Esto porque además de ejercer su profesión de laboratorista clínica, también se dedica al diseño y confección de ropa infantil.

Esta última, una actividad que aprendió después de terminar su bachillerato en el colegio nocturno César Borja Lavayen, de Guayaquil. Ingresó al centro artesanal Oscus para aprender corte y confección.

“Después de salir del colegio trabajé en una clínica que ya no existe en la actualidad. Ahí hice de todo. Empecé como conserje hasta que fui escalando a la recepción, después contabilidad y así sucesivamente. En las noches cosía y con eso me ayudaba para pagar los estudios universitarios porque yo quería ser doctora, pero como no me alcanzaban los recursos me gradué como laboratorista en químico farmacéutica”, recuerda la mujer, de 61 años.

Tras trabajar varios años en una clínica decidió abrir su propio laboratorio. Algo modesto, pero equipado lo suficientemente para hacer las pruebas médicas más comunes o de urgencia que suelen pedir en los hospitales.

Sin embargo, asegura que con el auge de las grandes cadenas de laboratorio que hay en el país, su clientela bajó considerablemente.

“Mis ingresos ya no eran los mismos. Venían muy pocos clientes, pero sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Retomé la costura y puse en práctica los cursos de actualización que hice. No me puedo quejar porque además de ser un hobbie para mí, gano unos cuantos dólares más”.

Acaro comenta que comenzó cosiendo ropa para sus hijas y después para otras niñas de la familia. Al poco tiempo ofreció sus servicios a terceros porque todos le decían que lo hacía muy bien y creó la boutique virtual “Hecho con amor”.

“Me animé y comencé a coser para otras personas. Mi hija tiene un pequeño estudio fotográfico y yo le hago las costuras para las sesiones de fotos. Así fue como comencé prácticamente. Ahora mis diseños están en la internet y las personas me escriben o me llaman. Esto me mantiene muy contenta porque es algo nuevo para mí”, comenta esta jefa de familia.

Una de las cosas que más le sorprende es que aún hay personas más “tradicionalistas” que prefieren vestir a sus niñas con ropa de costureras.

“Hay varias tiendas modernas con cosas muy bonitas, pero por fortuna el trabajo de costura artesanal es algo que se mantiene vigente y es un aporte significativo para la economía de cualquier familia”, señala.

Ella se da tiempo para escoger las telas y se nutre de los programas de variedades de la televisión o la internet para conocer lo que está de moda. “Digamos que de ahí saco mi inspiración, pero cada uno de mis diseños tienen un distintivo personal y el de mis clientes. El mercado de la costura estaba estancado, pero ha tenido un repunte porque en el mundo actual todos buscan exclusividad o algo que lo haga diferente a los demás. Nosotros les damos eso y con calidad”, agrega. (I)

ALGO MÁS

Tiempo en diseño
Marta Acaro asegura que confeccionar un traje de niña le puede tomar hasta tres semanas. “Mientras más detalles tenga, más tiempo tarda. La ropa de niños es mucho más delicada que la de un adulto”.

Calidad y utilidad
La modista aconseja a los nuevos costureros que inviertan en la mejor tela porque los niños “siempre quieren sentirse cómodos” y son “más exigentes que los adultos”.

Competencia de mercado
Los diseños más elaborados de esta diseñadora alcanzan un valor de $ 50. “Hay de todos los precios, desde $ 15 en adelante. Esta es otra ventaja de este negocio porque uno se ajusta al presupuesto del cliente”. (I)