A los 20 años, vive su mejor momento deportivo, es por eso que  en dos meses recibió igual número de llamados para que integre filas  tricolores. El 24 marzo, el atacante esmeraldeño Juan José Govea se unió por primera vez a la selección Sub 20, que dirige Sixto Vizuete, pero su ascenso no   quedó solo  ahí.   

Sus cuatro goles y la titularidad que mantiene en Deportivo Cuenca son su carta de presentación, eso le valió que el entrenador de la “Tri” absoluta,  Reinaldo Rueda, lo ubicara en la nómina  de ecuatorianos que serán parte del amistoso frente a la  Argentina, mañana (18:00),   en Mar del Plata.

No pudo viajar con todo el grupo porque no se arregló a tiempo el cambio de nombre en el boleto. Govea reemplazó a Fernando Saritama, quien tiene un desgarro fibrilar en su muslo izquierdo. Por eso voló por  la noche, con los otros 3 convocados de último momento: Marlon De Jesús, Dennis Quiñónez y Flavio Caicedo. 

En la mañana aprovechó para entrenar con sus compañeros  Sub 20 en la Casa de la Selección.  Fue un trabajo ameno, pues ya está familiarizado con el cuerpo técnico de esa categoría. Por eso no se sorprendió por los llamados de atención que entre broma y seriedad le realizó el PF Hólger González.

“Parece que tienes dos adoquines en los pies, muévete más”, exclamó González. Govea tomó con calma esa expresión. Nada pudo opacar su felicidad por un  nuevo llamado. “Parece un sueño. No esperaba que se hiciera tan pronto realidad, pero debo seguir preparándome”, señaló el delantero de 1,72 m.

A los pocos meses de vida llegó  con su familia a la capital azuaya. Toda su carrera la ha hecho entre los “camisetas coloradas”. Le gusta el “motepillo” y el cuy. Lo único que no adoptó de los “morlacos” fue su singular acento. “Ese aspecto no se me ha pegado para nada, siempre lo trato de evitar porque  mi esposa también es de acá”, comentó.

A los 16 años debutó en primera categoría. Fue el adiestrador argentino Gabriel Perrone quien le dio esa oportunidad. Pero después el apoyo disminuyó. Los  problemas familiares llegaron y también su prematuro matrimonio a los 17. 

Dos años  después se estrenó como papá. La pequeña Alison le cambió por completo la vida. No lograba acoplarse a esa nueva tarea, y parecía que tampoco la niña a las necesidades de su progenitor. “No podía dormir ni descansar como era debido. Eso lógicamente repercutió en un bajo rendimiento que me perjudicó”, admitió.

Pero los días transcurrieron y los lazos entre papá e hija se hicieron más profundos. Ahora Juan José no puede pasar un solo día sin oír de Alison su palabra favorita: “papi”.

Tampoco olvida las oraciones al  Creador:  “Gracias a Dios nunca he tenido una lesión y ojalá no la sufra en mucho tiempo”. Antes de cada entrenamiento se persigna tres veces para pedir protección.

Cada jueves, en compañía  de 15 jugadores cuencanos, acude a la céntrica iglesia católica de San Alfonso, para agradecer los favores recibidos.  El Divino Niño y la Virgen María son las imágenes de fe que acompañan el vestuario “morlaco”.  

Es bachiller en electrónica, pero en  la universidad se inclinará por la Educación Física. Juan José se imagina como DT.