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Dos jóvenes consagraron su vida al arte

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¿Qué podrían tener en común 2 indígenas que desde muy jóvenes decidieron consagrar sus vidas al cine y a la interpretación de la música andina y al rock? Ambos fueron incomprendidos en sus propias comunidades. Tuvieron que migrar para lograr parte de sus objetivos —que aún ahora son considerados ‘inusuales’—.

En sus comunas este tipo de artes pasan inadvertidas en poblaciones rurales donde el 70% de la gente se dedica a la agricultura, el 20% a las finanzas en las cooperativas de ahorro y el resto, al comercio, al turismo y a proveer de otros servicios.

Eso sí, ninguno de ellos asegura despreciar sus raíces. Es más, adaptaron canciones en inglés para interpretarlas en kichwa.

También realizaron cortometrajes y mediometrajes con temas ancestrales que relatan de una forma simple la cotidianidad comunal como el tostado diario del maíz, la alegría de las bodas, el jolgorio de las fiestas y leyendas tradicionales, la cotidianidad de la cría de gallinas y cuyes, y el pastoreo de ovejas en los páramos.

Son soñadores, sí, pero también tuvieron el privilegio de contar con el apoyo de sus padres y hermanos, aún en los momentos en los que sintieron más pesada la carga de la discriminación por su condición de ser indígenas. Consiguieron aprobación, apoyo profesional y conocieron otras realidades sociales lejos de sus sembríos y de sus casas humildes situadas en las parroquias Chibuleo y Pilahuín, en la provincia de Tungurahua.

Curicama Yupanqui Llanganate y Elías Moposita hicieron realidad con sus vidas el poema de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” y que Joan Manuel Serrat volvió canción y una bandera de batalla para muchos emprendedores en Latinoamérica. Curicama ha enfrentado muchas dificultades: discriminaciones, “críticas aún de mi propia gente y escaso apoyo”. No se ha rendido, pues esta fascinación empezó a los 10 años cuando vio la película Terminator. Sin embargo, la realización de sus talentos todavía está lejos de concluir. Estas son sus historias que podrían servir como efecto placebo y como inspiración para otros, que como ellos, están dispuestos a dejar todo por materializar lo que arde en sus pechos y que se convertirá en la guía serpenteante de sus existencias.

“Dijeron que como cineasta tenía un doble lío: indígena y pobre”

Hasta hace 20 años, el arado y la siembra de ajo parecían ser las únicas alternativas para progresar en Pilahuín. Así lo hicieron mis parientes, mis amigos, mis papás, los abuelos y los padres de ellos. Yo no quería hacer eso, lo supe a los 10 años cuando miré la película Terminator, del director James Cameron. Fue mi inspiración. Hablé con mi madre (María Cecilia Muñoz) y me apoyó sin comprenderme del todo. A mi padre (José Manuel Llanganate) le tomó más tiempo aceptar mi decisión.

En mi pueblo piensan que si no eres agricultor o sino trabajas en una cooperativa de ahorro y crédito es difícil llegar a ser alguien. En la profundidad de mi ser soñaba con filmar las pequeñas chacras, las calles adoquinadas, los senderos de tierra y las casas de adobe con techados de teja de mi pueblo natal. Poner en escena las costumbres de los páramos y el olor profundamente húmedo de la tierra negra sembrada de nuestras colinas.

Con esfuerzos reuní lo suficiente para estudiar en Quito la carrera de realización y actuación en el Instituto Superior Tecnológico de Cine y Televisión (Incine). Este año conseguiré el tecnologado y después buscaré la licenciatura. Pero las discriminaciones no terminaron. Llegaron a decirme: “como cineasta tienes un doble problema: eres indígena y eres pobre”.

En mi pueblo no hay actores, pero igual dispongo de la ayuda de amigos y parientes. Con autogestión financio parte de mi trabajo desde que empecé a filmar en 2011. Lo que falta cubro con lo que gano en documentales y videos musicales. Incluso, con unos colegas fundamos la empresa Wayra Films Estudio Cinematográfico. (Imágenes del viento). Contamos con camarógrafos, productores, posproductores y actores. Todavía estamos lejos de vivir del cine con dignidad. Las redes sociales son una gran ayuda si se las sabe utilizarlas bien. El video musical ‘Sinchi Runa’ ya rebasó las 27 mil visitas. Esto casi nos enloquece. Tenemos confianza en otras producciones como el mediometraje Yawar (sangre); el cortometraje Kunduryaya (2011); el Programa Nuestras Vivencias (Tv MICC, 2013); el documental Tapices de Salasaca (2013), y en los videos de varios artistas, entre otros productos.

“Una familia de alemanes me invitó a su país y yo les tomé la palabra”

Ujsha Runa Rock se titula el CD que grabé en Alemania mientras enfrentaba muchas privaciones. Allá encontré la gente que creyó en la pasión que siento por la música desde los 14 años. Hoy tengo 33 años y nací en la comunidad San Francisco de Chibuleo, en la parroquia del mismo nombre. Mis padres son artesanos. En mi adolescencia, mientras vendía CD de tonadas folclóricas y también artesanías en los buses y ferias de las ciudades cercanas (Ambato, Baños de Agua Santa, Riobamba y Quito) conocí a turistas extranjeros que me hablaron de sus países. Una familia de alemanes me invitó a su país y yo les tomé la palabra.

Con mi grupo de música andina, Chibuleo Manta, viajamos a Colombia en 1995. Tenía que reunir para el pasaje y el pasaporte. Mi padre, José Manuel (56 años), hizo un préstamo para mí de 30 millones de sucres en una cooperativa local o $ 2 mil, en ese tiempo. Me sirvió para la ‘bolsa’. “Con esta plata podría hacer algo acá, pero te la doy para que cumplas con tus metas”, me dijo. Yo me grabé esas palabras y juré que les devolvería esa plata lo más pronto posible. En 1996 viajé solo. En Múnich me esperaban en octubre. Hacía mucho frío y tenía miedo a la deportación. Sufría por la deuda de mis padres. Luego de esperar casi una hora, llegó Silvia, mi contacto.

Viajamos en tren por 40 minutos. Al llegar a su casa me hablaron claro: solo podía estar allí por 3 meses y luego debía seguir mi destino. Busqué un grupo andino para integrarme. Los ecuatorianos me dieron la espalda. Los peruanos me tendieron la mano. El idioma era un gran obstáculo, pero no aguanté los 3 meses y decidí volver a Ecuador. Con mi maleta, que pesaba menos que mi desilusión, me fui a la estación del tren de Hauptbahnhof. Pensaba tanto en mi angustia que sin querer perdí el tren y el vuelo. Fue cosa del destino. Regresé con la familia extranjera y les pedí una semana de acogimiento. Conocí entonces a un músico peruano en la estación de Marienplatz. Se llamaba Carlos y él me halló un trabajo de limpieza en Siemens. Ganaba 10 marcos por 2 horas. Medio año después, reuní dinero y aprendí alemán, lo básico. Me mudé a Augsburgo con una norteamericana. Ganaba 20 marcos por hora. Pagué la deuda de mis padres y me dediqué a buscar mi sueño. Conocí a músicos locales con los que grabé mi primer CD profesional. Para eludir a la ‘migra’ viví por temporadas en Polonia y Suiza.

Datos

Elías Moposita promocionó la música andina en Alemania. En 2003 ganaba mil euros al mes como jardinero y obtuvo la visa al casarse con una alemana.

En 2004, Elías decidió aprender el idioma y estudiar música en Augsburgo. Un año después, se inclinó por el rock, luego de ir a un concierto de Bon Jovi. 

Fusionó entonces el rock, el folclore, el jazz y el blues. En su CD se destacan temas como ‘Pacha Mama’, ‘Chibuleo Llacta’, ‘Azy Cuy’, etc. En 2015 regresó a Ecuador.

Curicama Llanganate asesora producciones audiovisuales, especialmente a cooperativas, músicos andinos y a empresas.

En 2017, Curicama presentará un programa de TV y una película para los cines del país.

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