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La dama de negro en una sesión para Noctámbulos

Hasta fines de octubre la obra se llevará a cabo en la Sala Zaruma del Teatro Sánchez Aguilar, de jueves a sábado, en un horario para noctámbulos, a partir de las 22:30.
Hasta fines de octubre la obra se llevará a cabo en la Sala Zaruma del Teatro Sánchez Aguilar, de jueves a sábado, en un horario para noctámbulos, a partir de las 22:30.
Foto: cortesía de Sarah Carrozzini
21 de octubre de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Posiblemente en todos los países del mundo exista una leyenda sobre una madre que pierde a sus hijos y no puede morir por completo.

Algunos países de América Latina comparten la historia de La Llorona, una mujer que mata a sus críos uno por uno, pedazo a pedazo, para luego acabar con su vida y no parar de llorar. Susan Hill escribió una historia similar en Escocia, a la que llamó La dama de negro.

La historia de Hill, como La Llorona, tiene que ver con una mujer que tuvo un hijo, pero no puede asumir su maternidad socialmente, sin un padre. La dama de negro entregó su hijo a su hermana y a su cuñado  porque ella no podía ser madre soltera. La Llorona esperaba que el padre de sus hijos dejara de ocultarlos y, en esa espera, termina con su vida. Ese es el origen del conflicto de esta obra y de su maldición. 

Hace cuatro años, el actor Aaron Navia vio en Buenos Aires una de las tantas adaptaciones para teatro que hizo el dramaturgo Stephen Mallatratt de La dama de negro. Desde entonces, quiso interpretar esos siete roles actorales que se cruzan durante toda la obra.

Después de dos años de residir en Ecuador y con la idea de generar empleos en procesos actorales, Navia compró los derechos de la obra junto con Norberto Bayo, con quien fundó en Madrid, su país de origen, la productora La cosa cultural.

“¿Cuántas veces uno puede hacer siete personajes en escena y jugar? porque eso es lo que hacemos en el teatro, compartir ese juego con el público. La historia la hemos oído mil veces, lo importante no es el qué sino el cómo”, dice Navia sobre la puesta en escena.

En esa idea de plantear una leyenda conocida a una audiencia que siempre puede ser distinta, Mallatratt se inventa un intercambio de roles entre un profesor de teatro y Arthur Kipps, un hombre que más que querer actuar, necesita contar los sucesos tenebrosos que vivió durante su juventud.

El pasado mayo, cuando Navia estrenó en Guayaquil una versión para teatro de Un  hombre muerto a puntapiés, el cuento de Pablo Palacio, solo estaba practicando el intercambio de personajes en una misma escena, aunque en esa ocasión no fueran más de cuatro.

La versión local de La dama de negro se presenta desde hace una semana en una curiosa serie de funciones para Noctámbulos, en el Teatro Sánchez Aguilar. Cada función arranca a las 22:30, cuando los espectadores convocados por una historia de leyenda ingresan a la pequeña sala Zaruma, luego de bajar un tramo de escaleras pobladas con velas y olores de esencias.

Un equipo de actores y productores trabaja desde julio en la adaptación. Entre ellos se encuentra Pepe Sánchez, como coprotagonista de la obra; Itzel Cuevas en la dirección de actores; y Michelle Zamudio como intérprete de La dama de negro y la encargada de pensar la propuesta para la audiencia local.

El montaje de la obra está sonorizado por un grupo de estudiantes de la Universidad de la Artes, dirigido por Norberto Bayo. En total, tiene cuatro niveles de banda sonora.

Los músicos maniobran los sonidos desde un cajón de madera, donde archivan las sonoridades. Los interpretan en el momento necesario debajo del escenario, a sus costados o desde atrás, donde solo algunos efectos son programados; el resto es en vivo.

Navia y Sánchez se mueven sobre el escenario convocando a la imaginación de los espectadores hasta llegar casi a la media noche. Suben a cajones que hacen las veces de sillones de un carruaje dirigido por caballos y se mueven como si atravesaran campos llenos de quebradas.

Simulan la existencia de una mascota de compañía, la penumbra de una casa que se ha quedado abandonada y en la que, posiblemente,  habite el fantasma de La mujer de negro. El trabajo de arte con el cual los actores intercambian sus roles sobre el escenario estuvo a cargo de Roberto Frisone junto con varios estudiantes. Al final, los actores conducen la historia hacia el origen, hacia los hijos vivos, donde la maldición vuelve a comenzar. (I)

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