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Chikky de la Torre: el retorno a lo mítico

José Rafael de la Torre nació en 1942, en un hogar de agricultores y comerciantes otavaleños. Cambió su nombre mestizo por el de Chikky, palabra kichwa.
José Rafael de la Torre nació en 1942, en un hogar de agricultores y comerciantes otavaleños. Cambió su nombre mestizo por el de Chikky, palabra kichwa.
Fotos: cortesía de la Casa de la Cultura
24 de octubre de 2017 - 00:00 - Andrea Angulo

En la mitología ecuatoriana, el duende es un ser que le gusta aparecer y desvanecerse para jugar con los humanos. Ese espíritu picaresco habita en Chikky de la Torre y es el leitmotiv de sus pinturas. El artista tuvo su primer acercamiento con la criatura mágica en la adolescencia, cuando recorría los bosques del nororiente de Carchi. Mientras caminaba por un riachuelo, sintió su presencia oculta en una flor, que le decía: “llévame”. El maestro la cogió y la guardó en una pequeña caja que se quedó en su hogar, en Tulcán, pero su espíritu lo ha acompañado hasta ahora.

José Rafael de la Torre nació en 1942, en un hogar de agricultores y comerciantes otavalos. Cambió su nombre mestizo por el de Chikky, palabra kichwa que significa duende y simboliza un vínculo con sus raíces. “Soy indígena y no estaba tan a gusto que me pongan esos nombres españoles. Entonces me puse Chikky de la Torre”, expresa el pintor. En 1968 empezó a firmar con ese pseudónimo, cuando fue escogido junto con Voroshilov Bazante para participar en la III Bienal Internacional de Arte de Ibiza. Pensó que, como ya era reconocido en otro país, lo mejor sería mostrarse al mundo con esa identidad.

Desde niño sintió fascinación por las leyendas de la cultura otavaleña, que escuchaba de su madre y abuelo, en las reuniones familiares. Una de ellas narraba el cuento de un gigante que se hundió en una pequeña laguna que estaba en la cima del volcán Imbabura y, en su desesperación por salir, fisuró la cúspide de una montaña que ahora es conocida como la ‘ventana de Imbabura’. Cuando tenía 12 años, el artista convirtió este mito en una historieta mimeografiada.

Sus primeros dibujos describían lo que pasaba en las fincas y mercados populares donde trabajaban sus padres. Solía pintar sobre las hojas en las que se envolvían los comestibles para la venta y, cuando se terminaban, rayaba el banquillo en donde su madre colocaba la mercadería. En lugar de reprenderlo, ella lo motivaba y defendía de su progenitor, quien quería que siguiera en el negocio familiar. El abuelo materno también reconoció la magia de sus dibujos, por lo que le hizo prometer a su hija que le ayudaría con su educación.

El artista, que ideó el estilo del Realismo Mítico, muestra a duendes con ojos azules o verdes y tonos de piel blanco, dentro de los paisajes amazónicos y andinos.

Gracias a ese apoyo, De la Torre destacó en la escuela de la orden de La Salle, donde recibió premios y medallas. En el colegio realizó un curso a distancia de Estados Unidos sobre animación y cómic. Quiso aplicar esos conocimientos para crear una historieta sobre el chuzalongo, un ser pequeño, de tez blanca y ojos claros, que se destaca por un falo enorme. No obstante, el proyecto quedó en bocetos, debido a que no tuvo el dinero para pagar las impresiones. El factor económico ha sido lo único que ha parado la producción artística del pintor.

La prolijidad del maestro proviene de su necesidad de pintar lo que imaginaba cuando era niño y su curiosidad por descubrir los escenarios de los relatos fantásticos. Motivado por esos deseos, caminaba por largas jornadas en soledad o en la compañía de una mascota, por los páramos del Carchi. Solía recostarse en la hierba para refrescar sus ideas. “Siempre he estado observando la naturaleza. Ahí aprendí a mirar los árboles, las montañas y son una maravilla, son catedrales hermosas de colores (…)”, recuerda el pintor. De esas estancias obtuvo el material para trabajar en sus cuadros.

De la Torre sabía que con la inspiración no bastaba y, por eso, decidió estudiar en la Escuela de Bellas Artes (que ahora funciona como la Facultad de Artes) de la Universidad Central. Fue alumno de maestros de la plástica ecuatoriana como Oswaldo Viteri, Diógenes Paredes y José Enrique Guerrero, con quien tuvo una gran amistad. Entre sus compañeros estaban Nelson Román, Washington Iza, Mario Ronquillo y José Unda.

Su generación utilizó el arte como medio de denuncia de la crisis social que enfrentó el país en los años 60 y 70. En ese contexto, De la Torre se inspiró en el movimiento real-maravilloso de la literatura latinoamericana para recuperar la memoria de los pueblos que era desplazada por los procesos de modernización. Esa estrategia dio origen al Realismo Mítico, estilo ideado por el maestro para referirse a “una realidad intelectual identificable en el tiempo, en el hombre y la memoria, en una expresión cotidiana transformada en mito”.

Según esta definición, la línea entre lo imaginado y lo palpable se diluye, ya que se vuelven parte de la misma representación. Al igual que lo hizo Gabriel García Márquez en el Macondo que aparece en Cien años de soledad, De la Torre ha creado su propio universo fantástico, que es protagonizado por sacha runas, diablos humas y ninfas. Esa innovación lo hizo merecedor del Premio Mariano Aguilera en 1981, con el cuadro Los Caciques.

El maestro juega con el observador en sus obras. Muestra a los duendes con ojos azules o verdes y tonos de piel blanco, dentro de los paisajes amazónicos y andinos. También acude a la abstracción mediante el uso de figuras redondas y tonos brillantes para transmitir su posición frente a la realidad. Va desde los tonos brillantes y cálidos en algunas escenas, hasta usar una paleta menos llamativa. Ese vaivén estilístico es una proyección de su ser, que aparece en sus clases de pintura en el Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) y se oculta para producir en la tranquilidad de su taller.

De la Torre volverá a mostrarse en la escena artística local con su exposición El Retorno del Duende que se inauguró ayer en la CCE. La muestra pictórica reúne 30 obras creadas en óleo, acrílico, acuarela y pastel, que relatan las leyendas de la cosmovisión de los pueblos ecuatorianos. El evento se realizó en el Salón Miguel de Santiago. La exhibición  permanecerá abierta hasta el 23 de noviembre. (I)

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