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El Telégrafo
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Ya tenemos Tsunamis

Ya tenemos Tsunamis
13 de marzo de 2011 - 12:20

Mientras los dedos buscan letras perdidas en el teclado, Japón se sacude con un terremoto de casi 9 grados y sus costas se hunden con las olas del previsible Tsunami. Con edificios a prueba de sismos made in Japan, los rascacielos se balancean como helicóptero indio pero siguen en pie. En las oficinas, vuelan papeles, bailan las computadoras como si fueran marca Fabiolo y se desparraman los papeles como noticias no confirmadas del periodismo independiente.

Que les aplica el diente sin mordaza. En la calle, nadie corre. Se acuclillan y esperan…  Habando en serio, es el peor desastre que le haya ocurrido al país del sol naciente. Pero no tienen los tsunamis de los que nosotros gozamos. Que han sido varios y no sólo que no terminan sino que producen tsunamitos.

Hace muchos años nos cayó el Tsunaleón. Sus olas arrasaron con los alfaros vivos y los dejaron medio muertos o en chirona como al Juanito, que luego reapareció colgado de la sotana de un querido Monseñor, lo cual le dio un buen lugar en la parroquia. Y sin celibato. Aquel Tsunaleón no pudo dejar Tsunamitos pues el que recogió la bandera no era melenudo sino bigotudo y delfinezco y sólo mordía en su jaula. Pero sí alcanzó a inundar algunas salas del Filanbanco, con un desaparecido. En acción.

Luego nos agarró el Tsunahurtado que cambió deudas en divisas duras por otras en sucrecitos suaves, pero pasó algo inadvertido. Era tan aburrido que nadie se enteró hasta cuando se fue.

Poco después apareció el Tsunaborja que no alcanzó ni a mojar la playa. Es que en lugar de Fabricios tenía Panchos y así cómo. Sin uñas no se puede. El que vino después fue el Tsunabuelo, que cuidaba mucho a sus nietitos, los alimentaba con flores y mieles y los llevaba a pasear en avión pero solo de ida. Después fue el acabóse. Como una plaga de Tsunamis. Es que el mal ejemplo cunde. Y nos llegó el Tsunacarán, experto en hilar costales. Para llenarlos de papeles verdes con destino a los casinos de Panamá City. Nunca se supo cuántos costales alcanzó a hilar en tan poco tiempo pues la gente educada no se aguantó a un comedor de guatita con cuchara.

Pero todavía le duran. Y alcanzó a dejar un Tsunacobito que en menos de un años celebró el primer millón. Y sin costales. Parece que nadie lo vio porque por ahí anda más suelto que gata en celo.

El Tsunalarcón que siguió arrasó con la Vice, y con dos voticos apenas se montó en la silla del Profeta. Y dejó a la Rosalía con los churos. Hechos. Con lo cual la pobre no alcanzo ni a brisa marina. Cuatro horas le duró el peinado. Y apareció el Tsunahuad, que tampoco duró mucho porque lo arrastró la ola Aspiazuna, que provocó el maremobanco y se mojaron los billetitos de la gente. Y ahí se tropezó el Tsunahuad pero alcanzó a volar a Boston a dar clases de cómo se ferian los ahorros, cosa que aprovecharon muy bien en Wall Street años más tarde para feriarse los de medio mundo. Y, además, dejó la costumbre de los tropezones.

El Tsunakiko duró menos que un pastel en una escuela. Pero le alcanzó el tiempo para aviarse de armanis, de mansión en el suburbio nayonesco y de mecánico facial, perdón, de médico estético para mermar los cachetes y acortar la nariz. Pero no hubo milagro pues la nariz le sigue creciendo. Y como la gente en la capital es de buen gusto, pues lo fueron a despedir al aeropuerto para asegurarse de que no volviera. Y ahí fue cuando se tropezó por cambiar de vehículo. Desde entonces trata de hacer olas pero ya no hay terremoto que lo empuje de manera que sigue así como gaviota en Bolivia o chino en la OEA o cucaracha en baile de gallinas: perdido. Y ahora nos preparamos para el Tsunami de a de veras. O sea el Tsunalvarito, que sigue ahorrando en impuestos para poder intentar sentarse en la silla del Profeta aquél. Sólo que le queda tan alta que cada vez que intenta se resbala. Y tras, se le hunde la retaguardia y se le funde parte de la herencia.

Y es por eso que tiene que ahorrar en impuestos, lo que le da colerines a Carlitos. Marx. Carrasco. Que le tiene pisados los hue… perdón, los talones. Y así vamos, de Tsunami en Tsunami hasta que el Tsunebot se anime. Y salga de la jaula…

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