Nela Martínez Espinosa tenía 17 años y Joaquín Gallegos Lara estaba en 21 cuando se conocieron en Guayaquil, en 1930. A partir de entonces y hasta 1938, se escribieron 668 cartas.  Ese epistolario es justamente el contenido del libro “Vienen ganas de cambiar el Tiempo”, de las autoras Gabriela Alemán y Valeria Coronel, con el soporte del Archivo Martínez-Meriguet, que se presentará este jueves 17 de enero a las 18:30 en el Hemiciclo de la FLACSO.  El ejemplar tiene 501 páginas y se complementa con un DVD de fotografías, imágenes del ayer, un video y algunas cartas. La publicación cuenta con el auspicio del Municipio Metropolitano de Quito, a través del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).  El epistolario entre Nela Martínez Espinosa y Joaquín Gallegos Lara se inició en 1930, pocos días después que se conocen en Guayaquil. Ella de 17 años había acompañado a su madre al puerto para realizar unas compras. Ahí conoce a Enrique Gil Gilbert quien le invita a la casa del escritor Joaquín Gallegos Lara.  En la buhardilla donde se conocen se llevaban a cabo las reuniones políticas – literarias más célebres del país. Allí se daban cita políticos, artistas y escritores, quienes, a la sombra de los retratos de Lenin y Stalin que colgaban sobre los estantes de la gran biblioteca de Gallegos Lara, se debatían los últimos acontecimientos nacionales, se leían textos literarios o se teorizaba sobre temas decisivos para el futuro del país.  En ese año, Joaquín Gallegos Lara, de 21 años, ya era célebre en ciertos ambientes del país. Escribía para El Telégrafo y había publicado, junto a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, el libro colectivo, “Los que se van”.  Nela Martínez, era la octava de quince hijos del matrimonio formado por Cesar Martínez Borrero, afiliado al Partido Conservador y Enriqueta Espinosa. Fue criada en la comodidad y en preceptos rígidamente católicos.  De las 668 cartas que conforman el Archivo Martínez – Meriguet, 307 fueron escritas por Nela Martínez, las otras 461 por Joaquín Gallegos Lara.  Las cartas que se escribieron trazan un mapa accidentado donde podemos seguir los auges y colapsos emotivos de su relación. Si cada año se armara como un calidoscopio, las piezas caerían para marcar el crecimiento y declive del amor. Entre 1930 y 1938 esas piedras de luces formarían una constelación.