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Kléber Tinoco y la capacidad de superar la adversidad, sin trauma

Kléber Tinoco y la capacidad de superar la adversidad, sin trauma
Foto: Archivo / ET
26 de mayo de 2019 - 00:00 - Néstor Espinosa

Imaginarse hoy como padres de familia enviando a un niño a un colegio militar internado, en una ciudad lejana, con la que no hay ni un puente que los conecte es algo difícil.

Resulta extraño creer que a los 11 años pueda alguien tener la madurez para enfrentar la vida solo. En la concepción moderna no cabe algo así, y si por alguna razón ocurre, se trata de un evento extraordinario. Hace pocos años, no obstante, lo anterior no era nada extraño, nada que causara sorpresa. La situación precaria del país, o la pérdida de los padres por enfermedad, algún accidente o abandono, motivaban ese exilio. Los padres también creían que una vez que un niño podía caminar era capaz de sobrevivir solo.

Ese es el caso de Kléber Tinoco, a quien sus padres lo enviaron a estudiar a la gran ciudad sin considerar su edad o madurez. Sencillamente había concluido la primaria y debía ir al colegio. Se separó de su familia para acceder a un mejor futuro, un mejor trabajo que el de sus padres.

Ya tarde, en sus años de universitario, reprochó a sus progenitores por esa separación. “Ellos creían que a esa edad uno ya era capaz de comprender que lo que hacían era por mi bien, para que tuviera un mejor futuro”, enfatiza.

Tinoco recuerda como si fuese ayer ese diálogo con sus padres en el que le explicaron que las razones por las que lo habían enviado a un colegio lejano eran porque lo querían y buscaban una mejor educación para él.

De alguna manera acepta y justifica al mismo tiempo la decisión de sus padres. En aquellos años no había un plantel de secundaria en Arenillas, donde creció en su primera infancia.

Reconoce que al principio le fue duro enfrentar su nueva vida solo, pero conforme crecía comprendía la situación.

Cuando Kléber llegó a Guayaquil, el puente de la Unidad Nacional aún no existía. “Desde Arenillas, en la frontera con Perú, había que tomar el ferrocarril a Puerto Bolívar y de ahí un barco a Guayaquil. La travesía demoraba seis horas y media”, cuenta. Y sí, lo que hoy damos por sentado, en realidad hasta hace poco no lo teníamos. Cruzar el Golfo de

Guayaquil no era una misión fácil, era una peripecia. Las embarcaciones por lo general eran obsoletas y las historias de tragedia abundaban.

Kléber Tinoco vino a estudiar en la Academia Militar Juan Gómez Rendón, que estuvo ubicada en Playas, entonces parroquia de Guayaquil. Antes de que se graduara esta cerró y tuvo que asistir a otro colegio, pero siempre lejos de sus padres.

Tinoco es psicólogo pedagogo y ha trabajado como maestro y administrativo en casi todas las universidades de Guayaquil; sin embargo, donde ha hecho su carrera es en la Universidad Casa Grande. Allí todos lo conocen, todos ponderan su capacidad de superar las adversidades y su gran sentido del humor.

Marcia Gilbert de Babra, canciller fundadora de esta alma mater, recuerda cada instante de la vida académica de Kléber Tinoco. Cuenta que lo conoció incluso mucho antes de que la entidad naciera.

Explica que trabajó con él en Fasinarm, institución de ayuda a personas con discapacidades, que ella fundó; trabajó también con él en (Innfa), donde Marcia Gilbert fue directora regional.

Gilbert se emociona cuando habla de las virtudes de Kléber. Es una persona extraordinaria, su capacidad de resiliencia es impresionante. Jamás lo he visto agobiarse por las circunstancias que le ha tocado enfrentar, siempre encuentra una razón para defender a alguien, elogia.

Esa capacidad de entender a los demás es precisamente la que recuerda Kléber de sus primeros años en Arenillas. Menciona a dos de sus compañeros de aula que no lograban aprender al mismo ritmo que el resto del salón. Él se encargaba de nivelarlos.

Kléber tenía de dónde aprender. Una de sus tías abuelas, Rosario, era maestra de escuela y en sus tardes nivelaba a niños con dificultades de aprendizaje.

Con una sonrisa recuerda que él le llevaba todas las teorías de aprendizaje con la intención de impresionar a su tía, pero ella lo callaba con un: esas son tonterías, lo que les falta a los profesores no es conocimiento sino capacidad para enseñar.

Kléber ha tenido más de una responsabilidad en la Universidad Casa Grande, donde ha sido desde maestro, Director de Planificación, hasta Secretario General, cargo que aún ostenta.

Su memoria es gráfica y aguda. Recuerda cada detalle de las escenas de su vida. Especifica cómo se enroló en esa institución de educación superior en la que aún a sus 62 años sirve. Al conversar con Marcia Gilbert los detalles de ese primer día coinciden. Volvió a encontrarse con ella “por una recomendación profesional que le habían solicitado para darle un trabajo y terminó quedándose con nosotros”, cuenta.

Haciendo una retrospectiva de su vida, Kléber Tinoco considera que esos 11 años de vida en el campo, en la ruralidad de la provincia de El Oro, le ayudaron a enfrentar y superar las situaciones más difíciles y dolorosas, como perder seres queridos muy cercanos y amados.

“No es que no duela cuando se pierde a alguien, pero hay que aprender a aceptar y superar las realidades de la vida”, comenta con un profundo suspiro. Cuenta, por ejemplo, que los primeros días solo en Guayaquil fueron duros, pero que luego aplicaba la expresión popular de “ojos que no ven, corazón que no siente” y sonríe.

La pregunta, sin embargo, salta inmediatamente, ¿cómo esos 11 años de vida en el campo pudieron darle todas las herramientas para enfrentar la vida? Mira, en el campo los niños aprendíamos a jugar solos, a encontrar formas de divertirnos con las cosas más elementales y simples, y a hallar formas de compensar el esfuerzo o el sacrificio, de estudiar y sacar buenas notas o de trabajar. En el campo uno puede hablar, conversar con los árboles, eso ayuda a superar ausencias.

Esa capacidad de enfrentar la adversidad sin drama, sin conflicto es lo que hace especial a Kléber Tinoco. “No voy a decir que no extraño, que no siento. He experimentado el síndrome del nido vacío”, reconoce y explica que cuando sus hijos crecieron y empezaron a irse creía que lo abandonaban, pero inmediatamente reemplazaba esos pensamientos con la lógica de que ese proceso es natural.

Tinoco recalca la importancia de haber crecido en una zona rural y el ejemplo de su tía Rosario como los pilares que le enseñaron además a confiar en el potencial humano.

En la escuela le preocupaba mucho entender las razones por las que había personas que mostraban más dificultades para aprender.

La decisión de sus padres de enviarlo lejos a estudiar a tan corta edad no le causó ningún trauma. Siempre estuve bien cuidado, porque los padres de la época se encargaban de internarte con alguna familia que compartiera valores.

“Cuando pedí explicaciones a mis padres, me las dieron y las entendí”. En ese diálogo estaba un tío que enfrentaba una situación similar con uno de sus hijos. Él explicó que jamás se le hubiese ocurrido que demandaríamos afecto”. (I) 

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