Jaime Bazán empuja su viejo auto Lada amarillo fabricado en 1987 por la vía a Daule. Son las 20:00 y Guayaquil soporta una fuerte lluvia que, en menos de una hora inunda un tramo de esta gran avenida, una de las más transitadas de este sector industrial, que está ubicada en el norte de la ciudad.     

Jaime tiene 68 años. No tiene ni camisa ni zapatos. Las bastas del pantalón las lleva recogidas a la altura de la rodilla. Pero el agua le llega más arriba. Está solo y empapado, pero sigue haciendo maniobras para llevar su carro a la orilla de la calle. Empujar es la única opción que le queda para lograr su cometido. El carro no enciende porque le entró agua por el escape.

Llamar una grúa para que lo rescate no está en sus planes porque la avenida está bloqueada no solo por otros autos dañados, sino por un sinnúmero de buses articulados de la Metrovía que también están averiados. Pedir auxilio mecánico también sería una pérdida de tiempo.

Jaime luce exhausto. Se rehúsa a pagar los $ 3 que cobran un grupo de tres jóvenes también descamisados que se ofrecen para ayudarle a empujar. Un policía que custodia el sitio para evitar robos se da cuenta del esfuerzo de Jaime y deja su zona de confort en el patrullero y se baja a empujar el viejo Lada amarillo.

La ayuda resulta. En cinco minutos Jaime y el policía mueven el carro a un costado de la avenida. Para agradecer el gesto, Jaime mete la cabeza y la mitad del cuerpo por la ventanilla del carro y saca una botella de plástico con café caliente y un vaso. El gendarme se tomó el café de un sorbo. “Para que recupere fuerzas mi cabo”, le dice Jaime al policía mientras se sirve su parte.

Después de una breve charla y de dejar el Lada amarillo a buen recaudo, Jaime y el agente deciden ayudar a otras personas. Empujan un San Remo celeste de 1993, después a un Aveo rojo de 2012. Esa noche de lluvia Jaime y el policía buena gente ayudaron a sacar del agua 10 vehículos. (I)