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Ecuador, 08 de Julio de 2025
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“No crea que porque estamos en la calle andamos perdidos”

Llegan de todas partes. Unos solitarios, otros en pequeños grupos. Con sacos de yute a cuestas y con sus ropas hechas jirones se acomodan en los portales de los edificios a lo largo del bulevar y allí, para protegerse del intenso frío del verano guayaquileño, se acurrucan unos a otros en las noches para dormir.

Todos son adultos, unos aparentan mayor edad que otros; por alguna razón que solo ellos conocen (la sociedad o quizás por decisión propia) se alejaron de sus familias y ahora comparten esos espacios durante las noches.

En el portal de un edificio de la avenida Nueve de Octubre, entre Santa Elena y Rumichaca, a pocos metros de la Segunda Zona Militar (corazón de la urbe), una docena de individuos, cobijados con deshilachadas y sucias sábanas que sacaron de sus costales, duermen en el duro piso de cemento.

Tres de ellos, con sus miradas tristes, observan a los pocos transeúntes que, a esa hora (diez de la noche), aún caminan por el bulevar.

Si alguien se les acerca acentúan sus miradas, se agazapan u ocultan sus rostros con el retazo que les cubre. La temperatura en Guayaquil bordea los 20 grados centígrados y el viento golpea con fuerza (algo un poco inusual comparado con años anteriores).

Uno de ellos sonríe tímidamente. Su cabello es desordenado y entrecano, su rostro, marcado por el paso del tiempo, es de color canela. Se incorpora y pregunta: ¿Tiene algo para comer?

El diálogo es breve. Se resiste a decir su nombre y de dónde proviene. Solo comenta que hace algún tiempo las calles son su refugio y que quienes están a su lado son como su familia. Porque la suya, hace tiempo que no la ve... y no ahonda en detalles.

En el día se gana unos “medios” reciclando botellas plásticas. Por eso  sentencia: “No crea que porque estamos en la calle, estamos perdidos”. Con la despedida se cubre para dormir, a la espera de un nuevo día. (O)

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