La lluvia que mojó la ciudad durante la madrugada despertó a Zoila Guamangate, quien dormía junto con sus hijos Kevin (9 años) y Johana (6) en los cuartos que arriendan en el barrio El Placer, en la parte alta del Centro Histórico de Quito.

El clima le hizo pensar que otra vez tendría que cambiar su giro de negocio. Usualmente vende huevitos chilenos (masas de harina fritas, espolvoreadas con azúcar) en la zona de la calle Ipiales.

Sin embargo, cuando el agua y el frío llegan, ahuyentan a la gente de las calles o la hacen caminar más deprisa.

Por eso, cuando el agua vuelve más lento el tráfico en la urbe y más taciturnos a los capitalinos, Zoila prefiere dedicarse a la venta de paraguas.

A las 05:00, la mujer inició su rutina de levantarse, alistar la ropa de sus niños para mandarlos a la escuela y preparar el desayuno: usualmente un jarro de café con pan y, de vez en cuando, un huevo; cuando la venta de la víspera no ha sido la esperada, comen huevitos chilenos complementan la primera comida del día.

A las 06:10, el trío empezó el descenso hacia el centro para llegar, a pie, a la escuela Rosa Zárate (San Roque), al filo de las 07:00.

La conclusión de la lluvia hizo dudar a Zoila sobre la conveniencia de buscar la mercancía que vende ocasionalmente o regresar a su casa por el preparado que usa para elaborar sus refrigerios de masa.

Decidió probar suerte y desandar el camino en dirección a la calle Imbabura, donde está la bodega en la que consigue los paraguas. La luxación de cadera que tiene desde que nació no le facilita la tarea, pero tomar un bus “es un lujo” que no puede permitirse.

Con solo parte del dinero necesario en sus bolsillos esperaba que estuviera el dueño del negocio, “porque la esposa no fía”.

Por suerte consiguió crédito y lo siguiente que hizo fue encomendarse a San Pedro para que abra “un poquito nomás” los grifos del cielo y que la venta fuera buena. (I)