Sus manos son ásperas como las rocas que arroja un volcán de tanto preparar tierra para cultivar las plantas que vende.

María Suárez (46 años) calcula al ojo cuánto tardan en crecer y florecer. La mujer de piel curtida y ojos vivaces intenta contar con los dedos de las manos las plantas que posee en una extensión de terreno, pero no tiene suficientes.

Sin embargo, tiene buena memoria y no titubea cuando las enumera: chavela, geranio, rosa, jazmín, petunia, clavelina, marigold, begonia, margarita, mariposa, tabaquito y ojo. “No sé si me olvido de alguna”.

Sus preferidas son las begonias, por el atractivo que tienen sus hojas. En cambio, asegura que las preferidas por los clientes son las margaritas.

No obstante, a todas las riega tres veces por semana y con sus cuidados hasta las más marchitas resucitan en pocos días.

El clima cálido de Nayón también ayuda. Reciben más sol y su crecimiento parece acelerarse. Sin embargo, ninguna planta permanece a la intemperie más de lo necesario.

María, quien lleva colgado un crucifijo en su pecho, está convencida de que las plantas emanan energía; la suficiente como para mejorar el estado de ánimo de las personas.  

Por ello se da el tiempo para conversarles a las plantas. “A ver, mijitita, estás bonita”, les dice mientras acaricia sus hojas.

Además de adorno, la mayoría sirve como llamador de algún bien o característica, de acuerdo con la sabiduría popular, con la cual ella coincide en muchos casos.

La millonaria, por ejemplo, es conocida por atraer el dinero y la buena suerte. Al jazmín, en cambio, se le atribuye la cualidad de generar amor, propiciar sueños premonitorios, además de ser un buen afrodisíaco.

De todas las plantas, esta mujer casada y madre de tres hijos, prodiga un especial cuidado a las orquídeas, a las que asocia con la tranquilidad del alma y la fertilidad de las mujeres. (I)

Andrea Rodríguez
Especial para El Telégrafo