”En casa de herrero, cuchillo de palo”, sentencia risueña Carolina Espinosa, terapista de pareja, quien reconoce que también ha sufrido por amor. A ella también le han recomendado visitar a un terapista. “Es que 15 años de matrimonio no son poca cosa”. Ambos -dice en referencia a su esposo- nos hemos sometido a terapia; no una, sino varias veces. Es que en esto no hay fórmulas; estrategias quizás. Algunas ayudan a reconducir la relación, otras no. Antes de empezar una sesión con cualquier pareja, la terapista saca una libreta de su escritorio y escribe cuatro palabras: comunicación, confianza, sexualidad, empatía. Mira el reloj, abre las puertas de su consultorio y pide a su secretaria que llame a los clientes. Primero ingresa la mujer; camina ‘prosuda’ delante de su esposo, quien la sigue e intenta tomarla del brazo, pero ella se resiste. En el interior, la rutina casi siempre es la misma: tras los saludos de rigor, empieza la charla con preguntas breves: ¿Por qué han venido aquí? ¿Qué esperan de este encuentro? Carolina procura no dar consejos, solo guía; hace las veces de una mediadora. No juzga; solo escucha. Carolina solo interviene para reencauzar el diálogo, cuando se descarrila, cuando sube de tono o cae en un vacío. Siempre toma notas y observa las actitudes, las pausas, los silencios. Pregunta: ¿Ustedes conversan? ¿Cómo está su comunicación? Luego entra en un terreno poco cómodo para la mayoría: “¿Cómo están sus relaciones sexuales?, ¿son frecuentes?” “Los conflictos son los mismos, pero cada pareja los asume y los procesa de manera diferente”, dice Carolina. Insiste en que ella también ha sufrido por amor, pues las crisis del corazón también afectan a los terapeutas, quienes muchas veces buscan a otros terapeutas para superarlas. (I) Andrea Rodríguez B. Especial para EL TELÉGRAFO