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El Telégrafo
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Crónica a pie

Cristóbal Garcés Larrea ha ganado muchas 'loterías'

Cristóbal Garcés Larrea ha ganado muchas 'loterías'
Foto: Tania Muñoz / cortesía
19 de agosto de 2016 - 00:00 - Ángela Portilla Caballero

Cristóbal Garcés Larrea es un hombre menudo, de piel morena a quien sus 92 años no han hecho mella en su cuerpo más allá de una cojera natural. Gran conversador, pone a prueba su memoria y retrocede más de medio siglo para explicar por qué “ha sido un hombre que se ha sacado muchas loterías… pero no de dinero”. Por azar conoció a gente que luego se hizo famosa.

A Gabriel García Márquez, por ejemplo, lo trató en su primer periplo por Colombia a principios del 50. “Un viaje que no lo decidí yo; fue idea del gran Benjamín Carrión que había sido embajador en ese país”. Garcés explica que por esos años daba clases en colegios particulares que no pagaban vacaciones. Carrión que venía mucho a Guayaquil, “sabía de mis penurias económicas invernales”. En una de esas venidas, “Benjamín me dijo: Cristobalito cómo te vas a desenvolver estos meses sin paga”. No le respondí, porque él mismo, dio la solución: “Vete a Colombia que te voy a dar cartas para varios conocidos que tengo en ese país”.

Las recomendaciones dieron resultado desde Popayán, la primera ciudad del raid colombiano, dice Garcés. Ofreció 2 charlas sobre autores ecuatorianos y se ganó mil pesos. “Era la primera vez que por hablar de literatura recibía dinero”, evoca.

En Cali, Clara Inés Suárez de Sawadski, directora de cultura y dueña del diario Relator, le consiguió “otra charla, 500 pesos, la cosa prometía”, evoca sonriendo. Para Bogotá tenía la carta más importante: la misiva que Carrión envió a Roberto García Peña, director de diario El Tiempo. “Don Roberto, luego de averiguar por el estado de salud de Benjamín, aterrizó en lo mío, preguntando a quemarropa: ¿cuánto tiempo quieres quedarte acá? Lo que me alcance el dinero”, le dije. “Así fue como recorrí Bogotá dando conferencias, muy bien pagadas por cierto”.

En en la capital colombiana conoció a la poetisa barranquillera Meira del Mar. “Ese encuentro fue otra lotería. Nos hicimos amigos desde el principio, tanto que me invitó a recorrer su tierra y hasta me consiguió un pasaje aéreo de cortesía para ir hasta allá”.

En Barranquilla, Meira le presentó a “un grupo de muchachos malhablados”. Los integrantes del legendario Grupo de Barranquilla: Germán Vargas, Álvaro Zepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y “un muchacho al que todos le decían Gabito, el mismo que después sería reconocido con todos sus nombres: Gabriel García Márquez”, enfatiza. “Me hice  íntimo de este grupo, por eso digo siempre que nunca me saqué la lotería de dinero, solo de amistades”.

Garcés relata que la suerte lo acompañó la noche que conoció a la cantante de Cabo Verde, Cesária Évora, “una de sus grandes pasiones”. Relata que en uno de sus viajes a París, casi al final de su estadía, quiso comprar un disco de la cantante (’La diva de los pies descalzos’, 1988), pero estaba agotado. De vuelta a Ecuador, en un avión de línea portuguesa, mientras volaban “por medio océano” tuvieron que hacer una escala técnica en Praia, la capital de Cabo Verde, que estaba en la ruta de vuelo.

En la noche, la aerolínea invitó a los pasajeros a cenar. “Cuál sería mi sorpresa cuando veo sobre el escenario a una mujer altísima, sin zapatos: Cesária Évora”. Luego del show se acercó para saludarla en portugués, un “idioma que domino bastante”. Al escucharlo, Cesária quiso saber de dónde era, porque ‘hablas un portugués que no es de Brasil, ni de Mozambique, ni de Angola”. Cuando Garcés mencionó Ecuador, “la cantante emocionada” le preguntó si conocía a Antonio Preciado, un gran amigo suyo. También es mi gran amigo, le respondió Cristóbal. Entonces llévale a Antonio estos discos y a ti, te regalo ‘La diva de los pies descalzos’. “Dígame si eso no es una lotería”, inquiere Cristóbal.

Su encuentro con el ‘Che’ Guevara en Guayaquil lo narra así: “En el centro de la ciudad había la cafetería Costa, de un español, del mismo apellido, que permitía que con solo un café te quedaras de 7 de la noche a 2 de la mañana... Una noche, conocí allí a dos jóvenes argentinos, que posaban en la misma pensión de Las Peñas, donde en ese entonces vivía yo. El argentinito, llamado Ernesto, venía a mi pieza a oír a Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui, mientras yo tomaba la siesta. Se hizo muy amigo de Ana Moreno y de su esposo Fortunato Safadi; también de Enrique Gil y su esposa Alba Calderón, militantes del Partido Comunista, que también vivían en la calle Numa Pompilio. Cuando el argentinito se fue le di la dirección en Panamá de mi amigo, el escritor Rogelio Sinán”.  

Años después, en los albores de la Revolución Cubana, Garcés visitó la isla y pidió hablar con quien “ya era conocido como el ‘Che’”. Le dijeron que solo tenía 15 minutos.

Entró, y el revolucionario lo reconoció “enseguida”. Quiso saber de Ana y Fortunato; de Enrique y Alba. Salimos del despacho, “él para Santiago y yo para ver si me sacaba otra lotería y lograba ver a Fidel. Pero esa vez no tuve suerte”. (I)

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