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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

¡Ya basta!

26 de noviembre de 2022 - 00:00

Todos los días las mujeres nos horrorizamos al conocer un nuevo caso de acoso sexual. Nos identificamos de inmediato con la víctima y revivimos nuestras propias experiencias. El conocer sobre un hostigamiento termina impactándonos psicológicamente porque volvemos a sentir las veces en que nos hemos visto disminuidas, deprimidas y sin poder controlar nuestras emociones al haber sido agredidas por los hombres.

El acoso sexual ocurre cuando una persona usa palabras, gestos, miradas o toqueteos sexuales que hacen que otra persona se sienta incómoda, insegura o violentada. El acoso sexual incluye comentarios sexuales sobre partes del cuerpo o la apariencia de una persona, chistes, “piropos”, silbidos, peticiones de favores sexuales, miradas lascivas, acecho. Es una forma de discriminación ya que la mujer es tratada irrespetuosamente debido a su género. Es un trato humillante, unidireccional y constituye una experiencia degradante para la mujer agredida. Su efecto más notorio es que las mujeres tenemos que estar siempre a la defensiva.

Citando a autores especializados, Saúl Esparza del Instituto para el Futuro de la Educación de Monterrey lo explica: “una persona que sufre de acoso muestra afectaciones como la pérdida gradual de la seguridad en sí misma y un cambio en la percepción de sus capacidades personales con una orientación negativa [...]. El acoso debilita anímicamente a una persona dañando su amor propio, generando miedo e inseguridad, haciéndole cuestionar su reputación, su rendimiento académico o profesional”.

Mientras tanto, el psicólogo Arturo Torres manifiesta:Aunque no existe una definición totalmente consensuada, se considera que los acosadores son personas que con cierta regularidad, y de manera sistemática, mantienen un comportamiento centrado en intimidar, dañar, perseguir y entrometerse en la vida de una persona sin contar con su voluntad. El acoso equivale a una presencia perturbadoraya sea en un entorno real o, de manera remota, a través de las redes”.

El acoso sexual suele suceder con frecuencia en situaciones en las que el agresor tiene poder sobre su víctima. En una sociedad tan desigual como la ecuatorianasucede especialmente cuando el varón que generalmente tiene un rango de poder (jefe, supervisor, profesor)aprovecha cualquier oportunidad para abusar de la mujer. Lo grave del acoso es que normalmente no es denunciado,por lo que los varones actúan como si tuvieran derecho a intimidar a su víctima. Sus gestos nos muestran que tienen problemas con su propia hombría y necesitan tener más poder y control sobre los demás.

¿Por qué debemos denunciarlo en cada ocasión? Las mujeres solo podremos resolver el problema si continuamos actuando colectivamente y luchando para que existan normas contra el acoso en las que los perpetradores sean castigados. Queda mucho por hacer.Incluso en las instituciones donde existen protocolos, los cuerpos colegiados en los que la presencia de varones esmayoritaria–hacen lo imposible por dejar a los acosadores en la impunidad. Cada aula u oficina, por ejemplo, debería tener un decálogo (o alguna clase de apoyo nemotécnico) para tener presentes las normas y hacerlas más efectivas. La meta es que las mujeres no sean revictimizadas, puedan tener confianza en ser escuchadas de forma confidencial ysean apoyadas por grupos de mujeres organizadas.

¿Qué hacer para prevenir el acoso sexual? Como siempre,el remedio para este y otros muchos males sociales es la educación. Desde muy temprano es necesario que los niños y niñas conozcan su cuerpo, usen nombres propios para todas las partes de su cuerpo, conozcan la función que tiene cada una de ellas y sepan que nadie puede tocar sus órganos genitales. Los niños y las niñas deben aprender también cómo manejar situaciones en las que se sienten agredidos/as, saber cómo buscar ayuda de sus seres queridos y cómo reportar si algo inapropiado ha sucedido.

Por cierto, es también necesario enseñar a los/as niños/aslo que significa la dignidad, deben aprender a: ponerse límites y a ponerlos a otras personas, respetar a los demás (incluido el significado de la palabra no), protegerse y no exponerse. Cuidar el cuerpo y defenderse de las agresiones y acosos es básico en la educación. El conocimiento es un poderoso elemento disuasivo.

Dice Natasha Daniels del Child Mind Institute:“Enseñamos a nuestros hijos pequeños todo tipo de formas de mantenerse a salvo. Les enseñamos a estar atentos a la estufa caliente, a mirar a ambos lados antes de cruzar la calle. Pero, la mayoría de las veces, la seguridad del cuerpo no se enseña sino tarde, a veces demasiado tarde.

Es importante también enseñar a los/as niños/as que llegan a la adolescencia sobre lo que significa el consentimiento. Esa actitud en que la persona de forma activa y libre participa en una relación, sin ser amenazada, presionada o puesta en una situación incómoda. Los/las jóvenes deben aprender lo que es una relación saludable con sus compañeros/as y sus novios/as. Deben interiorizar las nociones sobre el respeto que se deben a sí mismos y a los demás, pero sobre todo saber que en el acoso nunca la víctima es la culpable.

El acoso sexual es un problema generalizado que afecta la salud física y mental de las mujeres al desempeñarse en el lugar de trabajo, en el estudio y en la vida personal. Las leyes, las normas y los protocolos establecen el derecho a que una persona denuncie y a que existan juicios con jurados idóneos, penas punitivas ejemplarizadoras y compensaciones a las víctimas por acoso. Las instituciones están luchando contra el machismo y la misoginia que han tolerado durante demasiado tiempo. Las mujeres hemosexperimentado hostigamientos, miradas, comentarios, toqueteos, insinuaciones... Por todo ello, seguiremos haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para protegernos respaldando siempre a las víctimas, responsabilizando a los abusadores y haciendo que estos paguen por la violación a nuestros derechos. El acoso sexual es un delito tipificado por las leyes del país.

Las acusaciones de acoso contra el cantante Pablo Milanés, fallecido en esta semana, y las demandas recientes presentadas en las universidades y otras instituciones ecuatorianas me llevaron a escribir este editorial.

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