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El Telégrafo

Violencia en los buses de transporte público

15 de noviembre de 2013 - 00:00

Nos pasa todos los días. No importa si viajamos en la ciudad, entre los cantones o vamos de una provincia a otra. Apenas nos acomodamos en los asientos, el ayudante del conductor enciende la pequeña pantalla y comienza una película de acción. Es decir, mientras más violencia, más sangre y más muertes, mejor.

Tampoco importa si en el vehículo de transporte público viajan niños, igual deben mirar esa película que derrama de un modo desenfrenado escenas de violencia extrema y sexo. Y lo peor, cuando algún padre o madre pide que se cambie de película porque hay niños, la respuesta es definitiva: “Si no le gusta, bájese”.

Nadie lo controla o regula. Las películas que se proyectan en cada viaje, sobre todo interprovincial, son “programadas” por el chofer de la unidad y/o su ayudante que las selecciona de la oferta que propone el vendedor informal de películas piratas.

La cartelera que los buses de transporte público ofrece es ofensiva para los usuarios, a tal punto que películas como Jungla de cristal, El depredador y Rambo (y sus múltiples secuelas) se vuelven inocentes. Son películas que normalmente están clasificadas como para adultos. No olvidemos -además- que, desde 1985, la gran industria transnacional del cine ha triplicado las escenas de violencia con uso de armas de fuego.

Y no solo eso, el otro día viajamos, en tren, de Chimbacalle a Tambillo, y en el retorno se dañó el autoferro y debimos regresar en un bus de la propia empresa de ferrocarriles. Y lo mismo, de inmediato proyectaron una película de acción. Algunos protestamos y nos dijeron que era la única que tenían. Ya imagino la cara de los turistas mirando esa película en lugar de ver, por ejemplo, documentales promocionales de destinos turísticos del Ecuador.

Para hacer frente a este desalentador panorama, el Consejo Nacional de Cine y el Ministerio de Cultura y Patrimonio preparan la ejecución de un proyecto (que viene de hace tiempo) en el cual en 800 buses de transporte interprovincial se programará una parrilla, de entre 2 y 3 horas, con cortos y largometrajes, documentales y spots promocionales, de producción nacional.

Este proyecto no solo permitirá terminar con este descontrol, sino también que contribuirá a la formación de nuevos públicos para el cine nacional. Y, además, construirá una cadena de distribución y circulación que llegará, al menos, a 8 millones de personas cada año.

Es cierto que la realidad es cada vez más violenta, basta ver las matanzas de los drones, que dejan centenares de cadáveres y cuerpos mutilados y ensangrentados. Pero esta violencia que a diario se proyecta en la televisión, en los cines comerciales, en los buses de transporte público, e incluso en los videojuegos, es la que nos genera una sensación de inseguridad, de miedo, de pánico y nos obliga a encerrarnos, amurallarnos, a vivir en cautiverio.

Esta violencia, la que emana de las películas que proyectan en los buses, podemos terminarla. Y sí es posible que el viaje de una provincia a otra resulte agradable y placentero.

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