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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Velarde o la pintura vive

14 de noviembre de 2014 - 00:00

La crisis originada por el feriado bancario no solo quebró la economía de miles y miles de ecuatorianos, a muchos de los cuales, otros miles, no les quedó más remedio que salir del país, sino que también quebró el mercado del arte. Todas las galerías que entonces existían en Quito, por ejemplo, también quebraron y debieron cerrar sus puertas.

Después de esa larga noche, sin galerías ni centros culturales privados, ahora se vive un incipiente nuevo amanecer. En buena hora,  ya existen algunas galerías en donde los numerosos artistas plásticos pueden exponer sus trabajos, lo cual sin duda dinamiza el sector y permite, obviamente, que los propios artistas puedan vivir de su trabajo. O al menos intentarlo.      

De todos modos, son todavía las salas de centros culturales públicos y académicos las que acogen a buena parte de la producción plástica del país. Los centros culturales y museos del Municipio de Quito tienen una nutrida y constante programación de exposiciones; los centros culturales de la Universidad Católica, de la Alianza Francesa y de Flacso, también de modo permanente, abren sus espacios para presentar muestras de nuestros artistas; la Casa de la Cultura Ecuatoriana, igual.  En Guayaquil, sucede lo mismo, el Municipio, el Centro Cultural Simón Bolívar y la propia Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, acogen las exposiciones de artistas nacionales y, ocasionalmente, de extranjeros.  

En estos últimos días he podido mirar las exposiciones de Betancourt y Carranza, en Quito; y de Miranda, Muñoz y Velarde, en Guayaquil. Lo primero que llama la atención es la precariedad de los espacios de la CCE y del MAAC, en este último, a pesar de contar con personal suficiente, nadie recibe a los visitantes, no se generan actividades de promoción de las obras en exposición y la difusión es pésima o simplemente no existe.    

De todas ellas, la que sin duda se destaca es la exposición ‘Slow Painting. Jorge Velarde, obra reciente’. Simplemente reafirma la calidad, dominio técnico y gran oficio del pintor guayaquileño. Una muestra en la cual la tortuga -con una paleta como caparazón- (homenaje al ‘Solitario George’, es decir Jorge) de entrada propone el ritmo de la obra, pausada, que no lenta, sino armoniosa. Una armonía marcada por ese ritmo que nos obliga a detenernos, a caminar y no a correr, a romper con lo vertiginoso que nos impone una sociedad irreflexiva y acelerada.

La muestra nos revela un humor distinto, a ratos ácido y amargo; incluso cruel. Una ironía que nos conmueve y nos invita a seguirle el paso: a automirarnos, del mismo modo que él se autorretrata. Las alusiones al gran Magritte también están presentes en su obra. Como antes, hoy quizá con más hondura, el autorretrato le permite desdoblarse, jugar con el doble sentido, con lo ambivalente, con la luz y la sombra, como en la obra de mayor formato -ayudante de mago- en la cual, efectivamente, puede aparecer y desaparecer o sencillamente partirse en dos. Y para gozo del propio artista, anunciar y presumir que, como nunca, la pintura vive. Se exhiben también dibujos de menor envergadura, bosquejos, apuntes, ¿eran necesarios? Y eso sí, hay que decirlo, el montaje pudo ser mejor.  

Una exposición que reafirma a Velarde como uno de nuestros grandes artistas. Lo cual, en verdad, no es ninguna novedad. Y por eso hace falta ya una gran retrospectiva y, además, itinerante, que permita a los ecuatorianos disfrutar de la obra de un gran pintor.

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