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El Telégrafo
Ketty RomoLeroux G.

Una historia de terror y dolor

04 de diciembre de 2014 - 00:00

Desde adolescentes aprendimos a admirar al pueblo mexicano.  Conocimos algo de su música, de su cine, de su cultura maya, de los amoríos del conquistador Cortez con la Malinche. De años más recientes, las gestas revolucionarias de sus caudillos Emiliano Zapata y Pancho Villa, dirigiendo la primera revolución social del siglo XX (1910) en nuestro continente. Sus ideas y las de la Revolución rusa de 1917 contribuyeron a aumentar la combatividad revolucionaria latinoamericana en esos tiempos. Un ejemplo constituye la preparación de nuestro 15 de noviembre de 1922.  Admiramos, así mismo, el nacionalismo de su presidente Lázaro Cárdenas defendiendo su petróleo. Y cuando en Punta del Este, en enero de 1962, la OEA expulsó a Cuba, todos los países del continente rompieron relaciones, excepto México.

Por todo aquello, sorprende y horroriza el alto grado de criminalidad e impunidad a los que han llegado los últimos gobiernos mexicanos.

Pero, como “no hay mal que por bien no venga”, la horrenda tragedia de la desaparición de los 43 estudiantes del Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa, el 26 de septiembre, “está convirtiendo a México en un infierno”, al decir de la periodista laureada Elena Roniabowski, por “denunciar las cosas terribles que están sucediendo”.

En efecto, según el testimonio del sacerdote Alejandro Solalindo, rendido en la Procuraduría General de la República, los estudiantes fueron llevados vivos, los obligaron a caminar hasta una pila, pusieron madera y simplemente los quemaron. Todos estaban calcinados. A uno le sacaron los ojos. Los sicarios actuaron con la Policía y las autoridades. A medida que pasa el tiempo salen a la luz cientos de fosas de cadáveres de desaparecidos. El terror se ha apoderado de la población. Crecen las protestas en todo el país, así como la solidaridad internacional. ¡Se los llevaron vivos, vivos los queremos!, exclaman sus seres queridos.

 Aquello no es un fenómeno nuevo. Desde hace más de veinte años en Ciudad Juárez han desaparecido y asesinado a cientos de mujeres. Su desarrollo económico se basa en la explotación de las trabajadoras de las empresas maquiladoras, menores de edad en su mayoría, quienes carecen de los más elementales derechos laborales. En el trayecto de su trabajo a casa eran interceptadas por sus asesinos, los que estaban libres, protegidos por la corrupción.  Aparte de violarlas sexualmente, las estrangulaban, las mordían en extraños ritos satánicos. En 2012 se encontraron 12 cadáveres, atribuyéndolos al narco para no investigar. México se ha convertido en una gran fosa común. Conocidas mafias delincuenciales se han infiltrado en el Gobierno.

Es que el actual sistema político mexicano responde a las políticas neoliberales que abarcan turbios negocios, incluyendo el narcotráfico, por un lado y, por otro, la abierta injerencia del Gobierno de EE.UU. en los asuntos del país. Causas, entre otras, por las que se levantó el 1 de enero de 1994, en Chiapas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, al mando del subcomandante Marcos.  Día en que empezó a regir el tratado de libre comercio (TLC).

Además, la desaparición forzada ha sido política de Estado.  Con la que se ha llevado a la práctica el crimen de lesa humanidad.

Como madre y maestra normalista, nuestra solidaridad fraterna con los jóvenes maestros de Ayotzinapa.

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