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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Una crisis de odio

21 de mayo de 2018 - 00:00

Si se mira bien qué ocurre en las sociedades contemporáneas (remozadas a través de valores culturales genéricos) advertiremos que la política, cada día, es relegada a ser una necesidad perversa.

No deja de asombrar, en estos tiempos determinados por el caos y la eficaz certeza de que vivimos un período de inmoralidad pública sin precedentes, que mientras se sataniza la política, al mismo tiempo se machaca sobre cómo restituir la democracia, su sustancia principista y el arcaico edificio institucional en el que debe sostenerse.

¿Pero cómo se puede hablar y ejercer democracia si la política, la única y mejor vía para desarticular las viejas relaciones de orden y supervivencia social, está otra vez en manos de quienes defienden un único modo de asumir y delinear -con equidad- el supuesto bien común?

Así, quienes hoy accionan pericias de gobierno, ¿distan de saber que el avance de una nación pasa por la comprensión amplia de unos pocos asuntos básicos: sistema económico y político, control de la opinión pública y manejo de los resortes psíquicos de la colectividad?

Pareciera que el poder el turno, en el Ecuador, sí lo comprende y, por eso, durante este añito, ha utilizado un conjunto de mecanismos, no tan políticos por cierto pero sí cargados de una vergonzante operación de miedo, para alojar en la piel social una incómoda sensación: vivimos una crisis monstruosa y enfrentarla requiere de una gran creatividad. Solo que no hay creatividad y más bien se nos embute la vacua idea de que la economía está exenta de filosofía e ideología, y que además –la economía- ocurre al margen de una política inscrita en el interés social general.

Pero como las actuales autoridades vienen de una corriente híbrida, un añito ha bastado para saber que ni lo clásico (en términos estrictamente liberales) les alcanza para deducir qué pasa en el país y la región. O sea, cuál es la vía para no ceder al mejor postor, qué otras opciones hay para no perder la decencia política y qué purgante les conviene para expulsar el odio contra el Estado y los ciudadanos pobres.

Lo que hay es una crisis de odio, ni económica ni moral.

Una disputa por recuperar el auténtico dominio político y económico. (O)

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