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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Un mundo demencial

14 de enero de 2015 - 00:00

Me pregunto cómo será creer ciegamente en algo. Y me lo pregunto porque no sé lo que es. Me pregunto cómo será creer hasta matar, aunque sea en el dinero que pagan para que lo hagas. Vivir al filo de la muerte. Saber que si abates te pueden abatir igual, peor. Que te odiarán. Que estás haciendo el trabajo sucio de tus propios dioses.

Me pregunto cómo será ir a trabajar un miércoles, estar en el trabajo que amas, haciendo lo que te gusta, y que, de repente, con una velocidad que no alcanza a medir el pánico, entren personas encapuchadas y arremetan a tiros contra todos los que se encuentran ahí. Me pregunto cómo será estar ahí, sabiendo que la vida se va, se va, ya se fue. Piensas en tus seres queridos, allá, en la casa, recibiendo la noticia, imaginas su desesperación, y después seguramente la nada, o cualquier cosa que ya no sea vida.

Me pregunto cómo será saber que tienes que matar. No en un rapto de ira, no porque se disparó el arma que estabas limpiando, accidentalmente. No. Respirar el aire del día que también puede ser el último de tu vida. Prepararte. Decir las oraciones del asesino por una causa que considera justa. Seguir al pie de la letra las instrucciones. Alimentar el odio suficiente. Llegar. Disparar. Matar. Matar. Matar. Doce veces. Más veces. Llevarse en la conciencia y en un saco a la espalda los rostros y las voces de aquellas personas cuya vida truncaste.

Me pregunto cómo saltará la sangre al escuchar la noticia en el teléfono. Tu padre, tu hermano, tu esposo, tu amante, tu hijo. Aquella persona que te dio su último beso, sin saber que lo era, apenas esta mañana. Ese tropel de imágenes que la memoria desata ante la desaparición de alguien querido. Ese zumbido atronador en la cabeza que presagia el porvenir vacío de su afecto. La desesperación. La rabia. El llanto.

Me pregunto cómo será saber que perteneces a un grupo despreciado, que las vejaciones a ti y a los tuyos están en todos los reductos de la vida cotidiana. Reunir la violencia acumulada en pequeñas indirectas, en hirientes sarcasmos, en bromitas muy inteligentes y aparentemente inocuas. Cuánto pesará al fin el conjunto de todos esos pequeños dolores, de todas esas minúsculas rabias.

Todo eso me pregunto porque estoy aquí, cómodamente sentada, escribiendo este pequeño artículo para un periódico, intentando tomar el justo partido sabiendo que eso tampoco es posible. Sin saber nada de nada. Aturdida por el desborde de información. Todavía conmocionada. Todavía tratando de entender.

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