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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Un gigante de las letras

01 de mayo de 2014 - 00:00

Gabriel García Márquez envolvió historia, pasión por la escritura y una firme convicción por lo que creyó y defendió; fue fiel a sus amistades, crítico de los modelos sociales inequitativos e injustos, que intentó derrotar en sus obras literarias; y un enamorado de la profesión de toda su vida, el periodismo.

A nivel mundial, el legado que deja Gabo, como le decían sus amigos, no necesita introducción. Deja todo claro, por lo que otro gran escritor, como Carlos Fuentes, sostuviera que Cien años de soledad, el más célebre libro de García Márquez, sea el ‘Quijote americano’, en alusión al clásico de todos los tiempos, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

Premio Nobel de Literatura en 1982, lo ganó todo gracias a su talento innato, por cuyas letras respiró el realismo mágico; y sin embargo, lo apasionó y atormentó el periodismo, profesión a la que dedicó su vida y por la cual confesó sufrir “como un perro” ante la agonía de la práctica de comprobar los hechos, derrotada por la inmediatez y la urgencia de informar, aun cuando las noticias pudieran no estar apegadas a la verdad.

Deseo que muchos de nuestros actores políticos encuentren el tiempo, la inspiración y la apertura mental de leer su novela El otoño del patriarca, para que las siempre pasajeras genuflexiones, lisonjas y aplausos impostores de admiración, se entiendan como lo que verdaderamente son: las calles que conducen a la supervivencia y la consecución de intereses personales; y que estas nunca pueden obnubilar al punto que lleven a hacer cosas que luego, las bajas pasiones, con toda certeza, cobrarán a sus autores. Así de mundanos somos y así siempre seremos.

Ahora que su desaparición física sucedió, Gabo jamás morirá, por el contrario, relanzará su popularidad. Su exaltación a la inmortalidad dará nueva vida a sus relatos y a sus personajes. En ellos reside la sabiduría popular, la historia de nuestra gente, nuestros eternos avatares, nuestras creencias y, en especial, nuestra forma de interpretar lo que nos ha tocado vivir; dicho de otro modo, nuestra cultura. Fue tan exitoso porque siempre retrató rasgos característicos de la condición humana, de ahí que leerlo en ruso o en inglés diera exactamente lo mismo.

Amigo de la identidad latinoamericana, catalogó a nuestro continente como “esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda”. Hoy, Gabo ya no está con nosotros, pero su legado vive y se afianza en nuestras conciencias. Él es una leyenda por la que Macondo llora.

Nos sumimos en una profunda tristeza, porque aunque la muerte es tan real como la vida misma, cuesta aceptar que los grandes, sobre todo buenos, también se van.

El consuelo hemos de encontrarlo parafraseando una postura realista del mismo Gabo, con un ligero cambio: “Y es que la vida, igual que el amor, es eterno, hasta que termina”.

Y eso, seguro que él -un gigante de las letras- lo entendió mejor que nadie.

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