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El Telégrafo

“Todos somos Chávez”

08 de marzo de 2013 - 00:00

Este grito de los venezolanos convertido en divisa de los desposeídos  de la tierra, refleja el homenaje de los marginados del planeta a quien fuera y sigue siendo el gran líder latinoamericano y el más fiel y leal exponente del ideal bolivariano de justicia y libertad. El metal de esa frase coreada por millones simboliza el homenaje fundamental a la vida, a la lucha y a la muerte del presidente Hugo Chávez Frías, aquel visionario osado, con certezas de porvenir, seguro de  las potencialidades populares y receptor de los mayores afectos en  la geografía humana, no solo de los ciudadanos de la patria de Bolívar, sino sustancialmente de las mayorías de los humildes del orbe.

Ha muerto el presidente Chávez, pero su incorporeidad yace en la generosidad y el amor de multitudes y en el fragor de cien combates; las dianas de las   victorias ganadas por sus titánicos esfuerzos por la equidad y el bienestar de las mayorías iluminan su camino hacia la inmortalidad. La magnitud de la trascendencia histórica del verdadero gobernante se encarna en Chávez. Él es    un estadista social, héroe anónimo surgido de las entrañas mismas de los llanos, que llega al mundo complejo de la política  de su país -plena de intrigas y zancadillas y a veces al margen de la órbita ética- con un mensaje claro y las manos limpias: recuperar a Venezuela para su pueblo. Y cumplió, le dio al conglomerado social venezolano bienestar y satisfacciones para sus esperanzas, convertidas en materialidades tangibles, en educación, salud, vivienda; pero, por sobre todo le entregó a sus compatriotas el bien supremo de la humanidad,  una  patria liberada y soberana.

Con su natural inteligencia y el conocimiento de la realidad mundial, concibió y realizó un proyecto  de integración para reafirmar los conceptos y principios del Libertador, la “Patria grande”, y gana las primeras batallas. En Canadá, durante la llamada Cumbre de las Américas, solitario enfrenta al imperio y sus lacayos  que aspiraban a consolidar un proyecto neocolonial denominado Tratado de Libre Comercio (ALCA). Años después, en Mar del Plata, junto a otro grande del continente, el presidente argentino Kirchner, sustentó el fin del tratado que generaba mayor dependencia a nuestros Estados, el mismo que se fue, como el mismo Hugo lo dijo, “al carajo”.

El gran sentido de la originalidad de su pensamiento político se puso de manifiesto al encauzar las azarosas decisiones de una organización intercontinental relevante que surgió como la entidad destinada a enfrentar la codicia de  las grandes trasnacionales del petróleo, la OPEP; el accionar decidido y antiimperialista de Chávez le devolvió al cartel petrolero su antiguo prestigio.

De la misma manera, solventando magistralmente lo moral y lo pragmático, motivó y visibilizó la urgencia de la integración sudamericana, centroamericana y caribeña. Las iniciativas en la creación de Unasur y la Celac le pertenecen casi enteramente. Así mostró que la entelequia de Simón Bolívar, la unión de los pueblos latinoamericanos, es una realidad. Otras quedaron en la espera intangible de los sueños, pero estamos ciertos de que sus compañeros  las  cumplirán plenamente.

Al morir el presidente Chávez ha detenido el lapso de  tiempo terrenal de su propia permanencia; mas, siendo él un “imprescindible”, como decía Brecht,   jamás  podrá irse, ya que requerimos de su impulso para avanzar y necesitamos del aliento de su indomable naturaleza luchadora para triunfar; por tanto, está aquí, con nosotros, por lo que hoy, día de sus exequias y evocando la vieja melodía de Carlos Puebla, le decimos “HASTA SIEMPRE, COMANDANTE”.

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