El presidente Rafael Correa y el gobierno de la Revolución Ciudadana están empeñados en el cambio de la matriz productiva, que representará un nivel ascendente en la espiral del desarrollo con el objetivo final de la consecución del Buen Vivir. El principal factor para lograrlo es el humano, cuya ética, junto con un caudal de conocimientos y técnicas, posibilitarían un progreso más rápido y armónico.
Con tal visión se han creado nuevos centros académicos signados por la excelencia y se ha destacado una delegación de cerca de 8.000 becarios que se están formando en las aulas de las principales universidades del mundo. Los resultados se verán en el mediano y largo plazo, pero son la base segura de un país distinto al que hemos conocido y padecido.
Algunos ideólogos han sugerido que en forma simultánea se consolide la capacitación política que convierta en gestores del cambio a los científicos y técnicos que retornen una vez culminados sus estudios. Las universidades y academias de Europa y Estados Unidos mantienen, en alto grado, una política de enseñanza que inculca la neutralidad al científico y al técnico, pues su afán único es dotarlo de herramientas para su desempeño.
El inmenso esfuerzo que esto significa para el Ecuador no se justifica si quienes han sido merecedores de tan altas oportunidades no están inflamados también por la necesidad de cambiar la correlación injusta de fuerzas sociales existente. Por ello la invocación del Presidente de que los políticos sean técnicos y los técnicos, políticos, es coherente con el propósito de constituir una sociedad socialista con características propias -como lo planteaba Mariátegui-, acorde con las necesidades e idiosincrasia de nuestro pueblo.
En el otro extremo estarían quienes piensan que basta con invocar la Revolución Ciudadana o asistir a algún encuentro partidario para ser revolucionarios.
He escuchado de labios de funcionarios -incluso de alto nivel- que no están identificados con los principios de la Revolución Ciudadana, pero que tratan de realizar su trabajo de forma eficaz. Sin embargo, para mi criterio, sería deseable que las máximas autoridades en cada ministerio o institución comulguen con principios básicos acerca de lo que representa la nueva época que vive Ecuador y América Latina. Estaría asegurada la honestidad intelectual y moral, la responsabilidad frente a la tarea a desempeñar, y el entusiasmo por ser parte de una gestión renovadora de carácter histórico.
