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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Taxis, redes y movilización

22 de mayo de 2015 - 00:00

Waleed Rashed, uno de los fundadores del Movimiento de Juventudes en Egipto, comentó que había comenzado a ‘informar’ a los taxistas de El Cairo sobre las movilizaciones del 25 de enero de 2011:

“Cada vez que entraba a un taxi llamaba a Ahmed desde mi celular y hablaba en voz particularmente alta sobre la preparación de una gran protesta en la Plaza Tahrir el 15 de enero, porque sabía que no podrían dejar de ‘comentar’ sobre lo que habían escuchado. Eventualmente, el 23 de enero, un taxista me preguntó si había escuchado hablar sobre las protestas que pasarían en dos día”.

No es una historia nueva. Anécdotas similares se contaron durante el derrocamiento de Suharto en Indonesia en 1998. Taxistas y vendedores ambulantes funcionaron como centros a través de los cuales la información fluía hacia y desde el movimiento estudiantil indonesio. En Egipto, los taxis y las tiendas de café de El Cairo jugaron un rol significativo diseminando la información sobre las protestas en Tahrir. A través de mezquitas y campos de fútbol, estos nodos llegaron a personas tanto en el centro como en la periferia del área urbana.

Es decir, la gran Primavera Árabe, la revolución digital, se la ganó desde un taxi, no desde un blog. No quiero decir con esto que las redes sociales no tuvieron su espacio. Lo tuvieron. Crearon una identidad colectiva entre aquellos que fueron privados de representación política. Se creó un motivo unificador detrás de la muerte de Khaled Said, que permitió que los individuos puedan localizar, percibir, identificar y calificar todo lo que estaba pasando. “Nosotros somos Khaled Said” creó un ‘nosotros’ que podía generar un cambio, una revolución.

Pero, a diferencia de esa historia que la idealización de las redes digitales nos trata de vender, estas redes no fueron ni las únicas ni las principales fuentes de información para la movilización en la caída de Mubarak. Crearon un contexto fértil para la Primavera Árabe, sí, pero su valor se efectivizó únicamente cuando tuvo la capacidad de trascender el espacio virtual.

Cuatro años, y la dinámica de las redes han variado. Han creado un problema adicional a la acción colectiva. Partamos del hecho de que lo más complicado en una movilización es que la gente se movilice. Las personas, esto es en un simplismo racionalista, sopesan el costo-beneficio de participar o no, los recursos y el tiempo (que es otra manera de medir los recursos) que implica participar, frente a la posibilidad de obtener un beneficio de ello. Más aún cuando el éxito de una acción social me va a beneficiar así participe de ella o no. Es decir, no hay una motivación real. Claro está, esto no siempre funciona así: la gente se moviliza, y mucho.

El problema es que las redes sociales han creado atajos para la participación. Ahora los espacios de contención son (también) virtuales. Nuestra participación de las acciones colectivas es cómoda: #Yosoy cualquier cosa desde mi celular. Crea además activistas que actúan para las redes, que su comportamiento en lo real-físico está pensado en función de lo virtual-digital, en alimentar un ciclo que de a poco crece alejado de las calles.

A lo mejor es hora de pensar y repensar las redes sociales. A lo mejor es hora de rescatarlas. Porque ese pequeño bastión global de libertad que nos queda (que cada vez se reduce más) tiene muchas respuestas, pero no estamos equivocando en las preguntas. (O)

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