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El Telégrafo
Slavoj Zizek

Sujetos felizmente manipulados; no, gracias

20 de abril de 2018 - 00:00

Si hay una figura que se destaca por ser el héroe de nuestro tiempo es Christopher Wylie, un canadiense gay vegano que, a los 24 años, se le ocurrió una idea que llevó a la fundación de Cambridge Analytica, una empresa de análisis de datos que tuvo un rol clave en el referéndum en el que ganó la separación de Reino Unido de la Unión Europea. Más tarde, Wylie se convirtió en una figura clave en las operaciones digitales durante la campaña electoral de Donald Trump, creando la herramienta de guerra psicológica de Steve Bannon.

Su plan era irrumpir en Facebook y cosechar los perfiles de millones de usuarios en EE.UU. y usar su información para crear perfiles psicológicos sofisticados, y luego llenarlos con anuncios políticos destinados a trabajar en su maquillaje psicológico. Wylie estaba asustado: “Es una locura. La compañía ha creado los perfiles psicológicos de 230 millones de estadounidenses. ¿Y ahora quieren trabajar con el Pentágono? Es como Nixon con anabólicos”.

Lo que hace que esta historia sea tan fascinante es que combina elementos que percibimos como opuestos. La derecha alt-right se presenta como un movimiento que se dirige a las preocupaciones de la gente común, blanca, profundamente religiosa y muy trabajadora que representa los valores tradicionales simples y odia las excentricidades corruptas, como homosexuales y veganos, pero también a nerds digitales, y ahora nos enteramos de que sus triunfos electorales estaban dirigidos y orquestados precisamente por uno de esos nerds que representa todo a lo que ellos se oponen... Hay más que un valor anecdótico en este hecho: es una señal de la vacuidad del populismo de la derecha alternativa que tiene que depender de los últimos avances tecnológicos para mantener su atractivo provinciano. Además, disipa la ilusión de que ser un nerd informático marginal significa una posición antisistema “progresiva”.

Entonces, volviendo a nuestro punto de partida, no solo somos gente “feliz” controlada y manipulada que secretamente e hipócritamente exigen ser manipulados por su propio bien. La verdad y la felicidad no van juntas: la verdad duele, trae inestabilidad, arruina el fluir de nuestras vidas diarias. La elección es nuestra: ¿queremos ser felizmente manipulados o exponernos a los riesgos de la creatividad auténtica? (O)

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