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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Sonata en la orilla del mar

11 de noviembre de 2014 - 00:00

Desde los brotes íntimos, Emilio Izquierdo (Latacunga, 1952) acomete su palabra profunda en Mar antiguo (Botella al Mar, Uruguay, 2012); edición que se sumerge en el caudaloso devenir de la contemplación humana. Como un ‘pájaro malherido’, la poesía abre surcos y encuentra cauces de desahogo en el amplio y disperso río de las dudas existenciales.

Izquierdo declara su amor a la ‘huella efímera’ del mar. Es el suspiro nostálgico ante la lejanía del ‘país de la línea imaginaria’ y de las ciudades (Ginebra, Río, Valparaíso, México DF, Manhattan, Venecia, Oslo) que se van de sus manos. Es el recuerdo plasmado en una tenue descripción de sucesos atrapados en la retina de lo indecible. Es la hondonada de múltiples geografías recorridas y océanos observados por el autor orgullosamente de origen andino, esto es, de páramo y montaña.

Es el clamor del último mar: “…Noche de pinos y madreselvas/ de agua oscura/ y cálido viento.// Mar antiguo,/ que recorre frío/ los cuerpos/ de quienes ya tienen/ el olor de la deportación.// Mar de los adioses,/ último mar/ te dejo/ aunque no quiero”.

Es la semblanza de diversas miradas -culturales, históricas, geopolíticas, socioeconómicas, antropológicas- que cubren al hombre ante su entorno. Entonces, el pasado se funde con un presente vital exteriorizado por el poeta a través de sus vivencias, sentimientos y lecturas recurrentes. Es la naturaleza que se refleja en los mares descubiertos que conciben ritmo propio. Es la cadencia de la lluvia en el extravío de la noche “…con el azul intenso/ que la nieve regala al cielo”.

Emilio Izquierdo cultiva desde su peregrinaje una poesía con tono melancólico que deriva en “…El encuentro de la palabra,/ el contrapunto, la luz, la armonía”, para lo cual confiesa: “Mis viajes tienen un solo sendero:/ el azar”. A la par, se reviste de dolencias que desorientan el camino asignado. Y, medita desde el caleidoscopio introspectivo: “Me siento en esta banca/ frente al que hoy es río/ y mañana será mar/ para escuchar los rumores/ perdidos en la memoria// En la ruptura del mar/ con el dolor del agua/ recuerdo la ciudad/ de la inocencia muerta…”.

Los versos se ven plasmados desde el acantilado, desde las arenosas orillas, desde el rudo trajinar del marinero. En la proa de la embarcación se esfuma el miedo mientras la plenitud del mar trasciende con sus olores, con sus misterios, con sus rocosas implicaciones. Como describe el poeta: “Hablo siempre del mar/ que está aquí cerca,/ en la imaginación,/ que no evade el momento/ de lanzar la vela al horizonte”.

Mar antiguo es una invocación a las aguas que se perennizan con el tiempo, por medio de poemas que circundan las piedras, la sal y la ventisca. Contiene música para los oídos perceptivos de quienes se apasionan por las olas interminables.

Mar antiguo es la síntesis-ofrenda del largo viaje impuesto por el hombre en los anchurosos designios de la vida.

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