Mi artículo anterior ‘Miserias de la reelección indefinida’, además de algunos elogios, me trajo también una cola de polémicas con algunos lectores. Hubo militantes que sostenían que mi tesis era la tesis de la oligarquía, asambleístas que reivindicaban su integridad intelectual incomodando incluso al buen Marx con citas algo indescifrables, algunos que me acusaban de adoptar un argumento de la izquierda pura e ingenua, otros que apuntaban a la falta de clareza del artículo y defendían la opción del mal menor.
Es menester reconocer la existencia de dos registros, de dos dimensiones: la de la acción política y la del análisis. En la primera, la polarización amigos/enemigos, o nosotros/ellos, tiene un importante valor. Sirve para hacer el espacio político menos complejo y ambiguo, más directo: su función, en otras palabras, es la de generar identificación política a través de una carga emotiva. En el segundo registro, en cambio, esta división tiene el efecto de hacer el análisis insignificante. Si el análisis no es complejo, articulado, matizado, crítico, deja de ser análisis y se convierte en proselitismo.
Dentro de un gran movimiento popular, estos dos registros deberían coexistir. Plural y de debate crítico casa adentro, polarizador hacia afuera, sin olvidar que también con los adversarios políticos hay que dialogar. Es una tensión difícil por obtener, pero hacia la cual habría que dirigirse. La sensación que tengo es que se está cultivando una cultura por la cual no hay particular receptividad para el análisis crítico, lo cual se repercute en una cierta uniformidad de juicio.
Poner en tela de duda determinadas elecciones del Gobierno de la Revolución Ciudadana no significa colocarse por afuera de ese espectro político o de hacer el juego del adversario: más bien tiene el mérito de fomentar la discusión, mejorar la calidad de las elecciones a tomarse, dar forma y contenido al ejercicio democrático. Tiene mucho más valor que la alineación a priori, la disciplina a toda costa, a través de la cual se ha camuflado en el movimiento de Gobierno una escalofriante cantidad de oportunistas que poco o nada tienen que ver con las pulsiones igualitarias y progresistas del proceso.
No hay, por lo tanto, ni ingenuidad ni mala fe en pensar que el referéndum es la mejor vía para decidir sobre la reelección indefinida. Eso no cuestiona el rumbo sustancial de la acción de gobierno, no aboga por opciones políticas distintas. Se trata simplemente de intentar mejorar el proceso existente: una necesidad imperativa.
