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El Telégrafo

Si tú mueres primero

21 de julio de 2011 - 00:00

Lejos de lo que podríamos suponer llevados de la mano de Julio Jaramillo, célebre intérprete del bolero Nuestro juramento, la novela Si tú mueres primero, que acaba de lanzar Aminta Buenaño, no es la historia de amor de una pareja sino un escaparate de muchos amores, o más bien el amor en su más amplio espectro, donde cabe el corazón y el sexo, el odio y la ternura, la superstición y el prejuicio. Todo ello en una especie de escenario macondiano, pero sin pedirle nada prestado a García Márquez y donde la Real Ciudad de la Caridad, que nos pinta la obra, tiene cierto sabor amargo de su propia tierra montubia: Santa Lucía, ese cálido rincón de la provincia de Guayas. Y es que la literatura de Aminta siempre tuvo voz propia, que hoy resuena con más timbre que otrora, desnuda de hojarasca, sin esos artificios que, a título de búsqueda y originalidad, abundan en la novelística contemporánea.

La aldea donde transcurre la novela sin pedantescos ribetes de realismo, con el atraso, la estulticia y mezquindad que la asfixian, bien podemos proyectarla hacia otros puntos de este Ecuador que no acaba de salir de las cavernas y que carga su propio manto de oscurantismo en el espíritu. De allí que Aminta con esta obra nos puede causar cierto malestar, pues nos toca de cerca en más de un pasaje, en más de un personaje, como ese cura tan bien perfilado, que lejos de ser anacrónico, nos recuerda a varios otros -muchos de ellos de alto bonete- que aún andan por esas calle de Dios traficando con el demonio. Por fortuna, en la vida real de nuestro país siempre hubo también exponentes de grandeza y seres nacidos para alumbrar el camino de sus semejantes.

En cuanto a la anécdota central de la novela, la locura de la viuda por conocer el mar y arrastrar a toda la comunidad tras ello, a fuer de lucir ridícula resulta trágica, al mostrarnos lo inalcanzable de ciertos sueños, aunque estos sean los de conocer el mar que está muy cerca de nosotros, batallar con sus aguas y deslumbrarnos con su juego de espejos.

Respecto del estilo empleado por Aminta en la novela, hay que decir que este fluye como un río; como un río costanero, para ser más precisos; de aquellos que corren por los parajes de Santa Lucía. Las mismas metáforas que crea la autora se deslizan desde las honduras del idioma sin fórceps ni trucos. Por lo demás, cada personaje exhibe su propia escultura, hecha de guayacán, diferenciada de las demás pese a la estrechez del medio que las moldea a todas. En fin, un libro para leerlo con avidez y llevarlo en la memoria. Que además nos muestra lo que puede dar Aminta Buenaño en el campo de la narrativa, en que ha cosechado varios lauros en el Ecuador y en España, donde cabalmente la obra que motiva esta nota resultó finalista hace poco en el Concurso Internacional de Novela Ciudad de Badajoz.

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