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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historia de la vida y el ajedrez

Sexo, promiscuidad y mordiscos

Historia de la vida y el ajedrez
25 de septiembre de 2014 - 00:00

Algunos psicólogos afirman que las tres cosas más importantes del ser humano, son dos: el sexo. En la mayoría de los casos, los consultorios de aquellos profesionales de la mente están atestados de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones que manifiestan sus vacíos y ansiedades de muchas maneras. Y, como decía Freud, al final, después de eliminar la hojarasca de síntomas e interpretaciones, queda el mismo problema nunca resuelto.

Los animales tampoco escapan al drama. Pero ellos tienen la gran ventaja: no existen predicadores que los amenacen con las llamas eternas, ni juristas ni moralistas trasnochados olorosos a incienso, que digan quién se puede casar con quién. Sin duda, los animales son mucho más respetuosos e inteligentes en ese sentido.

En estos tiempos, cuando hay más divorcios que matrimonios, abundan los escépticos cuando se habla de uniones duraderas. Pero algunos animales están para mostrar lo contrario. Un ejemplo inolvidable es el de los peces cerátidos que viven en las profundidades marinas, a donde ya no llega la luz. Ver a una hembra resulta imposible. Así que no queda más remedio que olfatearla hasta que se tenga fortuna. Y alguna vez llega el gran momento.

Cuando el macho está seguro de haber encontrado una hembra, en medio de la oscuridad invencible, simplemente le da un mordisco. El primero y el último de toda su vida, porque nunca más la vuelve a soltar. Entonces se inicia una metamorfosis que nadie podría imaginar. La boca y el sistema digestivo del macho se atrofian. El sistema sanguíneo de la pareja se unifica, y el macho se hace más pequeño cada vez, hasta que termina totalmente tragado por la hembra, a través de la herida que le causara con el mordisco. Lo más extraordinario es que lo único que no se traga la hembra, son los testículos del macho, que quedan colgando fuera de su cuerpo, precisamente sobre la cicatriz que dejaran los dientes, cuando el macho los tenía. Es decir, cuando era macho. Porque ahora es apenas un par de glándulas sin ninguna gracia ni capacidad de reacción sometidas a la voluntad de la hembra, que las utiliza para fecundar cuando ella pone los huevos. Y el macho ni se entera.

Cuando se tiene la suerte de bucear en las profundidades marinas, con escafandra protectora y poderosas luces, a veces, de milagro, se ve este pez asombroso. Es posible saber cuántas experiencias amorosas – o mejor, sexuales--, ha tenido una hembra: solamente hay que contarles los testículos que cuelgan de su cuerpo, como trofeos, y dividir por dos.

Y pensar que hay hombres que se quejan de sus esposas dominantes…

En ajedrez, en cambio, hay damas que se pierden por creerse poderosas:

Freser-Taubenhaus, París, 1888

1:  C5A         D4T
2:  A2R         D3C
3:  C4T y la dama negra está perdida.

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