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El Telégrafo

Serenata a Quito, con luna

26 de noviembre de 2011 - 00:00

Hace no mucho tiempo, por la calle del Cajón de Agua se reunieron los mejores farristas de Quito. La convocatoria la hacía el mismísimo padre Almeida.  Alfredo Carpio comenzó al piano: “Yo soy el chullita quiteño / la vida me paso encantado”. Luis Alberto Valencia: “Panecillo de mi recuerdo, ¡ayayay!”. Las mistelas corrieron raudas.

César Baquero tronó: “Mi Quito tiene un sol grande / y las noches estrelladas”. Atinó a pasar Carlota Jaramillo. “Eres la reina de mis amores / mujer quiteña, linda mujer”, se lució el chulla Jorge Salas Mancheno. Arriba, la luna se sonrojó…
Este microcuento escribí para Quito, esta ciudad que tiene múltiples lecturas, desde que aquel indiano Cantuña, como se decía en la colonia, construyó el atrio y burló a los diablillos, hasta aquel poeta Remigio Romero y Cordero quien cantó la Quiteida, porque si los griegos tenían su Eneida, esta ciudad nacida desde las cenizas no podía quedarse atrás.

En los 90, del siglo pasado, inicié la tarea de recoger los grafitis sobre esta ciudad con una virgen alada subida sobre los símbolos precolombinos. Uno curioso: “Quitemoloquitodeencima”. La capital fue declarada como Patrimonio de la Humanidad precisamente por las casas antiguas y los campanarios, que fueron levantados por manos anónimas, sin embargo, los grafiteros dieron otras lecturas: “Quito: Patrimonio de la soledad”.

Pero, además, “Ciudad, pobre sirena / no caeré en tu océano”. Ese asfalto empujaba a escribir: “Ciudad amansadora: déjanos en paz” o “Quito: un panteón entre montañas”.
Y estaban también las huidas a otros continentes, allende el mar: “Ciudad: entre el charco y la despedida”. Esas fugas nunca pudieron perpetuarse, pero quedaban interrogantes: “La ciudad es un sentimiento / no necesita alcalde” o “Quito: ¿un manicomio? / ¿un asilo?”.

Cuando la soledad se convertía en un artificio los grafiteros escribían: “Cómo gasto paredes recordándote” o “La ciudad se derrumba y yo pintando”, parafraseando al tema Te doy una canción, del trovador Silvio Rodríguez.

Después llegaron los ritos: “Pared sin nombre te bautizamos: / María, ahora solo falta la primera comunión”. En esta memoria también se podía encontrar: “La ciudad se estrecha en tus avenidas” o  “Ciudad estampida / ciudad sin salida”.

El mayo del 68, en París, había dicho: “Levanten los adoquines, / debajo de los adoquines está el mar”; en Quito, en cambio:  “Cavad, cavad, cavad: debajo de las campanas está el mar”. Mas, hay que volver al mito. Ojalá, algún día, encontremos a Cantuña antes del alba.

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