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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Secretos de la Caja Ronca

07 de noviembre de 2015 - 00:00

De niños, la leyenda más terrorífica que contaban los abuelos era la Caja Ronca: una procesión de ultratumba, donde cucuruchos llevaban cadenas. Esta mitología -con sus variantes- se localiza en casi toda la Sierra ecuatoriana, desde la vertiente de la cultura mestiza, y tenía aterrorizados a nuestros mayores, aún más cuando se enteraban que uno de esos penitentes había encargado sendas veladoras verdes que después se transformaban en canillas de muerto.

En Ibarra, los sucesos acontecían en el barrio de San Felipe y, antes del terremoto de 1868, que devastó la urbe, se sabe que estaba colocada una cruz, que no es otra cosa que el indicio de una probable pacarina, es decir, un sitio sagrado para la cultura prehispánica. Como se sabe, los curas doctrineros tenían como costumbre poner los símbolos cristianos -grutas o cruces- para disuadir a los antiguos habitantes de sus antiguos sitios sagrados del agua. Como sea, la Caja Ronca también recorría el tradicional barrio de San Juan Calle, donde se encuentra el cementerio y donde en el actual barrio El Carmen es el sitio donde se expenden ataúdes. Así que las procesiones -con ataúd al hombro- siguen por estas calles que enlazan de esta manera una ruta interesante: los extramuros.

Todo lo que sucedía fuera del perímetro de la urbe, es decir hasta la calle Colón, se convertía enseguida en extramuros, como si con esta idea se mencionara un ámbito insano, precisamente donde residía parte de los seres fantásticos de la cultura prehispánica, alejada del centro donde deambulaban la Viuda o la Vergonzante del Pretil. Desde la literatura, podemos imaginar el momento más tétrico de la Caja Ronca.

“Las lenguas de fuego parecían acariciar a un personaje que no tenía otra explicación: era algún diablo salido del infierno. Eso a juzgar por sus ojos resplandecientes como carbones encendidos y sus cuernos afilados, que eran golpeados por una luz que despedía la procesión funesta.

Este señor de las tinieblas iba recio y parecía que de sus ojos emanaban las órdenes para sus fieles, que caminaban lentamente como arrepintiéndose. De su mano derecha sobresalían unas uñas afiladas que se confundían con su capa escarlata, junto con un tridente fatal. Era como si los conjurados del miedo anunciaran la llegada de días terribles”.

Según refiere Manuel Espinosa Apolo, en su libro acerca de Pomasqui, precisamente los seres mitológicos, como el diablo, presente en la Caja Ronca, pertenecerían a la antigua visión prehispánica. Realizando una conjetura, se tratarían de la fuerza presente en la cosmovisión indígena de aquellos personajes del panteón que fueron exterminados por los curas doctrineros en la extirpación de idolatrías, efectuada en la temprana época colonial. Evidentemente, son fuerzas que no tienen esa carga de entidades malignas, propias del catolicismo. Un personaje que tiene esas características es el conocido como Diablo Huma, o cabeza de diablo, que no es otro que el Aya Huma, que podría entenderse como el líder que otorga la fuerza a los danzantes. (O)

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