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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Salvador

02 de noviembre de 2020 - 00:00
Cada ciencia alberga personajes que los estudiosos de otras ciencias desconocen. Por ejemplo, un cardiólogo podría hablar sobre un gran cardiólogo, pero aquel nombre ser completamente desconocido para un arquitecto. Por ello veo la necesidad de contarle al país sobre la relevancia de un abogado ecuatoriano.
En los últimos días se desató una campaña en contra de Íñigo Salvador Crespo por cuanto un comité emitió un criterio no vinculante en su contra, sobre su candidatura a la Corte Penal Internacional, una de las máximas dignidades a la que un jurista puede aspirar.
No se trata de simpatías o rivalidades, se trata de hacer justicia al humano y al académico y, por ello, les voy a contar quién es él. Antes de que sus críticos hubieren nacido, Salvador ya dirigía la Comisión de Indemnización de las Naciones Unidas para la reparación de los daños causados a un millón de personas desplazadas a Kuwait a causa de la invasión de Iraq. Hoy casi todos sus críticos, frente a su trayectoria, siguen en pañales.
Mientras quienes nunca han contribuido con la academia sostienen que Salvador no está capacitado para el cargo, él, quien hizo su tesis doctoral sobre “Código de delitos contra la paz y seguridad de la humanidad”, es y será un de los catedráticos más admirados de la PUCE en Derecho Internacional Público, Derecho Internacional Penal y Derecho Internacional de los Conflictos Armados; universidad en la que llegó a ser Decano, previo a convertirse en el Procurador General del Estado.
Autor de la obra Derecho Internacional Penal, capacitador de la Cruz Roja, diplomático de carrera, trabajó en la Corte Suprema de Justicia y hasta estudió en Ginebra. ¿Más? También es novelista y en sus libros policiacos rescata al Quito colonial con una destreza envidiable. Si no lo han leído, les recomiendo “Miércoles Santo”.
Y ustedes se preguntarán: ¿y cómo así tantas alabanzas para Salvador? Es que resulta inadmisible que los no capacitados critiquen la capacidad de quién ha llegado tan alto sin pisar la cabeza de mediocre alguno. Ya me gustaría invitar a algunos de sus atacantes a media hora de debate académico contra él, para ver si al menos le hacen calor. Si vamos a criticar la fuente de conocimiento de un tercero, hagámoslo desde el debate científico, no desde las entrañas.
No quiero cerrar sin contarles que, además, Salvador heredó la honestidad y entereza de su padre, el gran Jorge Salvador Lara, ícono de nuestro país, pero que, además, es de los pocos hijos de un gran hombre que logró estar a la altura de su padre. (O)

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